jueves, 15 de diciembre de 2016

EL LEGADO DE ATENA - Capitulo 58. El día más oscuro Parte V

Cuando Kenta, Oficial de la aldea Apache, los condujo hacia el cementerio del Santuario, jamás imaginaron que sería para desenterrar la tumba de un compañero caído.
El shaman no tardó en relatarles el enfrentamiento entre los santos de Géminis y Libra. Sus habilidades le permitieron contemplar desde la distancia los leves destellos que produjo la lucha en el plano astral, pero ni aun tras el resultado tuvo permitido intervenir; ahora que tenía libertad de acción, emplearía su conocimiento para devolverle a la orden de Atena a uno de sus guerreros dorados.
Jack escarbó con sus propias manos la tierra recién removida. No lo enterraron a una gran profundidad, por lo que rescataron rápidamente el cuerpo de Nauj de Libra. El santo de Leo buscó signos vitales en el cuerpo polvoriento, pero no había ni un vestigio de vida en él.
Apesadumbrado, Jack permaneció de rodillas junto al cuerpo, mientras Shai de Virgo contemplaba la escena en silencio.
El shaman Kenta se paró justo a los pies del santo de Libra, moviendo sus manos revestidas con un aura blanca. Su energía espiritual logró una reacción en el manto de Libra, retirando sólo el peto dorado.
Al ver el rostro intrigado del santo de Leo es que decidió explicar: — Para muchos, la muerte es la separación de aquello que llamamos alma de un cuerpo material, para así iniciar un viaje hacia el centro de todo, la Gran Voluntad. En el caso de este hombre, su alma fue arrastrada a una dimensión lejana, para cualquier ser viviente eso significaría el fin, pero ustedes no son seres ordinarios, son guerreros bendecidos por los dioses, capaces de efectuar milagros y ser el centro de ellos.
El shaman movió efusivamente los dedos en el aire, provocando una herida superficial en la mejilla de Jack, quien no intentó defenderse siquiera, pues no sintió peligro alguno en la acción.
Las gotas de sangre cayeron sobre el estómago del santo de Libra, y al instante comenzaron a rodar por sí mismas, marcando su camino con tinta escarlata.
Este cuerpo no ha sufrido ningún daño que impida que su alma encuentre el camino de regreso y pueda volver a caminar en el reino de los mortales. —La sangre terminó trazando un cuadrado en la piel de Nauj, así como un símbolo tribal a un lado de cada línea recta, siendo su ombligo el centro del recuadro.
— ¿De verdad funcionará? —Jack preguntó, incrédulo.
Esto es un arte prohibido que mi posición me permite conocer, el castigo es severo, pero yo tomaré toda la responsabilidad —el shaman aseguró sin un deje de duda—. Encontraré el alma de este hombre y la guiaré hasta aquí, pero el éxito recaerá en ustedes, si son capaces o no de reanimar su organismo. De lo contrario, sólo puedo prometerles que el alma de su amigo encontrará el camino correcto hacia la Gran Voluntad —explicó, sin permitirles ni un segundo para objeciones. El cuerpo del shaman se iluminó con la misma aura blanca de sus manos. De los huecos en su máscara, una fuerte luz salió, delatando el trance en el que se había sumido.
El santo de Leo tenía muchas preguntas, por lo que recayó en Shai de Virgo el ayudarlo a comprender.
— Está dispuesto a romper las normas de su Rey, pero aun así no pretende cruzar la línea que lo estigmatizará como un traidor —dijo la amazona al sentarse en el suelo, colocando sus manos sobre la cabeza de Nauj —. Ya lo dijo Kenai una vez, los shamanes de la antigüedad eran capaces de reanimar cadáveres e invocar las almas de los mismos difuntos para que puedan volver al mundo mortal; pero su existencia sólo era una ilusión, cuerpos fríos que servían como jaulas para las almas cálidas que eran arrebatadas del reino de la muerte… El actual Shaman King ha cambiado mucho las tradiciones de su propia gente con la intención de que no se repitan los mismos errores que desequilibraron este mundo y el otro en el pasado.
Shai guardó silencio, buscando la mejor manera de explicar la situación.
— El shaman está dispuesto a ayudarnos sólo por las circunstancias en las que Nauj fue vencido. No busca un alma en el reino de la muerte, sino en una dimensión distinta, eso está bien para él, pero si no logramos que el cuerpo de Libra recobre su vitalidad… Kenta no estará dispuesto a introducir un alma en un cadáver.
Shai encendió su cosmos y dejó que fluyera sobre el cuerpo del santo de Libra.
— No ha pasado mucho tiempo, por lo que aún es posible —aseguró la amazona—. Nuestros cuerpos han sido adiestrados para manipular y guardar los secretos del cosmos. Aun cuando perdamos los sentidos, mientras una chispa de cosmos continúe en nuestro interior somos capaces de volver a levantarnos. Sólo necesitamos reencender esa chispa un instante y recordarle a este cuerpo cómo funcionar.
Leo asintió, inspirado por las palabras esperanzadoras de la amazona. Sujetó a Nauj por las muñecas y del mismo modo permitió que su cosmos fluyera a través de él.

Entrenada en Egipto en ciertas artes místicas, Shai entendía mejor que nadie el flujo de la vida en los cuerpos vivientes, por lo que encaminó su cosmos y el de Jack por los conductos apropiados, centrándolos en los puntos cósmicos precisos.
Pero, sin importar la intensidad de ambos cosmos, nada en ese cuerpo parecía querer cambiar. Cuando la amazona dio un suspiro, Jack comprendió que el método no estaba dando resultado…

El santo de Leo no sabía nada sobre artes prohibidas, shamánicas, ni nada parecido, pero comprendía las funciones del cuerpo humano, por lo que en un impulso demasiado humano de su parte, juntó sus manos sobre el pecho del santo de Libra, calculando la fuerza correcta que debería emplear para no aplastarle el corazón, y comenzó el procedimiento de emergencia que mejor conocía.
— Jack… —murmuró Shai, al verlo realizar las compresiones.
— No lo perderemos así —fueron las palabras llenas de determinación que Jack dijo y con las que convenció a Shai de continuar con sus esfuerzos.
De pronto, el santo de Leo detuvo las compresiones para pegar sus labios sobre los de Libra, dándole respiración de boca a boca sin importarle las apariencias, o lo que Shai pudiera pensar, además, era preferible hacerlo él mismo que insultar a la amazona pidiendo una ayuda que la comprometería a quitarse la máscara.
Jack no contó las veces en las que debió repetir el procedimiento, pero cuando menos lo esperó el santo de Libra le tosió en el rostro.
— ¡Funcionó! —fue el grito de victoria que Jack dejó escapar.
Shai suspiró con alivio, alzando la vista hacia el shaman, quien asintió con la cabeza, asegurando el éxito del procedimiento.
— ¡¿Qu-qué… pasó?! ¡¿Dónde…? —logró decir el que regresó al mundo de los vivos. Totalmente desorientado y encandilado por el sol buscaba en vano a un enemigo que no estaba allí— ¡¿Y por qué demonios estás sobre mí?! —renegó al sentir su espacio personal invadido por el santo de Leo.
— No hay mucho tiempo para explicaciones, ahora, si puedes, levántate —pidió Shai de Virgo al ponerse de pie—. En el camino te enterarás.




Capítulo 58
El día más Oscuro, Parte V.

— Estás vivo —Albert dijo con actitud calmada pese a tener frente a él a tres santos dorados.
Albert intentó escudriñar la mente de sus próximos adversarios, encontrar la verdad tras esa resurrección, mas Virgo empleó sus habilidades para proteger sus pensamientos y los de sus compañeros. Con un leve cabeceo, ella le indicó que mientras estuviera allí, él no podrá utilizar esa clase de artimañas contra ellos.
— Así es, no soy una ilusión. ¿Pensaste que podrías librarte de mí con tal facilidad? —Nauj rió—. Me alegra estar de vuelta, así podré cumplir la promesa que te hice antes, Albert —dijo, sin intimidarle el ver a su enemigo cubierto por un zohar.
— Continúas desconociendo cuál es tu lugar… todos ustedes —Albert comentó con cierto desagrado.
— Eres tú quien ha querido ascender a lugares que no te pertenecen, Albert —espetó Jack—, y con ello has condenado a otros a caer en el infierno. La verdad no te entiendo… llegar a tanto sólo por poder.
— Olvídate de eso, no gastes palabrerías con él, no vale la pena —intervino Libra, adelantándose—. Agoté la diplomacia antes, por lo que saltémonos esa parte ya que no lo pienso volver a repetir. —La espada de Libra cortó el aire al ser desenfundada.
— Cierto, hablamos mucho antes, y aún creo que tu lugar no es allí donde estás parado, fingiendo ser algo que no eres y escondiendo tus pecados —dijo Albert con cizaña.
— ¿De qué estás hablando? —cuestionó Jack, interesado.
Albert sonrió con malicia. — Creo que tienen derecho a saber que tú…
— Asesiné a los santos de Pavo Real y Loto —Nauj se adelantó, confesando sin más uno de sus más oscuros secretos. No le permitiría a Albert distraer a nadie con eso.
Jack y Shai permanecieron en silencio, cada uno asimilando la noticia de diferente manera.
— No pienso excusarme — Nauj aclaró, sin mirar atrás—, y ese evento no tiene nada que ver con este momento, pero es su elección si quieren seguirme en esta lucha o no. No pienso suplicar.
El santo de Libra rápidamente dejó que cosmos se manifestara, lanzándose con todo su  poder contra Albert de Géminis.

Adonisia de Piscis retrocedió, al mismo tiempo en que el shaman Kenta apareció ante Hilda de Polaris y Bud de Mizar para extraerlos del campo de batalla.

Albert retuvo el avance de la espada de Libra con el antebrazo de su brazal.
— Qué descuidado. ¿Realmente esperabas que tu arma tuviera efecto en mí? —el peliazul preguntó—. ¿Acaso no aprendiste nada en tu antigua batalla contra Nergal?
— Ja, aprendí más de lo que crees. —Un nuevo destello sobresaltó en la mano izquierda de Nauj, lanzando un espadazo a la cabeza de Albert con la segunda espada dorada—. Y gracias al resto que han derrotado a los Patronos sé una gran verdad, que debajo de todo ese armatoste hay un cuerpo que puede morir, por lo tanto, si te arranco la cabeza todo terminará para ti —dijo, viendo cómo Albert se movió atinadamente para esquivar los sablazos que arremetían contra su rostro y garganta.
Géminis retrocedió sólo un par de pasos cuando su cosmos dorado se encendió, atrapando las hojas de oro, una en cada mano.
— No me compares con esos fracasados. Existe una diferencia abismal entre aquellos que fueron derrotados y yo —sentenció, partiendo en dos los filos de las espadas con un fuerte apretón—. Y ahora te lo voy a demostrar. Desearás nunca haber salido de la otra dimensión.
Albert le propinó un par de puñetazos en el rostro a Nauj, lanzándolo lejos con un último y certero golpe en el centro de su peto.
Libra terminó estrellándose contra uno de los casquetes montañosos fuera de la plataforma. En su aturdimiento, no pudo ver que Géminis empleó su poder psíquico para hacer levitar los restos afilados de las espadas de Libra y lanzarlas a toda velocidad contra él.
Aquellos fragmentos fueron arrojados con una velocidad y fuerza que no sólo atravesarían el pecho del santo de Libra, sino las montañas mismas, sin embargo, Leo apareció en el camino de ambos proyectiles, y con su ataque relámpago manipuló la red de luz que generó para redirigirlos hacia Albert.
El antiguo santo de Géminis no se molestó en esquivar, su cosmos volvió polvo aquello que intentó herirlo.
— ¿Jack…? —Nauj parpadeó incrédulo, levantándose rápidamente. No esperaba que de entre todos, justamente Leo, decidiera ayudarlo a él, un asesino con el que desde un principio ha estado en conflicto.
El santo de Leo le daba la espalda, protegiéndolo de cualquier próximo ataque.
— No me importa lo que hayas hecho en tu pasado —fueron las palabras del joven Leo—, pues así como tú yo también tengo un pecado que confesar: maté a un hombre, a un amigo —dijo, sin volverse—… No importan las razones, sucedió. ¿Pero sabes? Si en el fondo no te arrepintieras de corazón, sé que la diosa Atena no te habría permitido portar la armadura de Libra.
— Idiota, este no es el momento para parlotear sobre esas cosas. — Libra pasó junto a él, empujándolo con el hombro, siendo la más amistosa seña de camaradería que se permitió.
— Confío en ti, y en el juicio de nuestra diosa —Jack insistió, sonriéndole con fraternidad.
— Cierra la boca, no necesito que me consueles —Nauj resopló, abochornado—, sino que por primera vez me demuestres por qué es que le dieron la armadura de un guerrero a un hombre que mejor debió convertirse en un monje.
— Daré mi máximo —Jack prometió, impulsándose un segundo para llegar a donde Albert lo esperaba.

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— ¿No deberías ir en su ayuda? —Adonisia de Piscis escuchó una voz proveniente de su flanco derecho. Lanzó una rápida mirada hacia la amazona de Virgo, quien también se había alejado del centro de la batalla.
— Lo mismo podría decirte, Virgo —respondió con tranquilidad—. Albert ha incrementado su poder gracias a su nueva adquisición, por lo que si antes podía ser un peligro, ahora lo es más.
— Me preocupa más lo que tú pudieras hacer desde las gradas —Shai añadió, carente de pose ofensiva o defensiva—. No por nada tú ayudaste a Albert a asesinar al Patriarca.
— Estás muy bien enterada para ser alguien que no estuvo allí —Adonisia soltó una pequeña risa, —girándose completamente hacia la amazona de oro—. ¿Cómo es eso?
— No tengo por qué decírtelo —respondió, negándose a confesar que fue gracias al shaman Kenta que conocían bien lo sucedido en la infortunada batalla—. Ni tampoco te voy a permitir que utilices tus trucos sucios contra ellos.
— ¿“Sucia”? ¡¿Te atreves a llamarme “sucia” cuando no has demostrado ser mejor que yo?! —Adonisia reaccionó indignada, pero recobró pronto una actitud tranquila y cínica—. Tú, que impusiste la seguridad de un reino lejano en vez de la vida de tus propios camaradas. Eso fue egoísta… ambas lo somos.
— Jamás me compararía contigo.
— Y harás bien, porque yo estoy por encima de ti en todos y cada uno de los aspectos —concluyó, lanzando una rosa roja que germinó en su mano.
La rosa se multiplicó en el aire, siendo una docena las que Shai de Virgo pulverizó con su cosmos.
— ¡Eso no funcionará conmigo! —Virgo aclaró, cubriendo sus brazos con el poder del cosmos, moviéndolos de arriba abajo como si intentara emprender el vuelo, transformando el aire que la rodeaba en un viento huracanado que precipitó hacia su oponente—. Ra’s Wings! (¡Alas de Ra!)
La amazona de Piscis vio aquella tormenta cósmica aproximándose, siendo alcanzada y atrapada por su furioso torrente. Separada del suelo y a merced de la furia torrencial, Adonisia desplegó su cosmos, creando un escudo protector que la envolvió dentro de una esfera de cristal transparente y de adornos florales dorados. Protegida por dicha barrera, se precipitó a tierra, en un intento por caer sobre la amazona de Virgo.
Shai fue rápida y saltó para evadir el impacto, pero en cuanto la esfera de cristal se estrelló, ésta se rompió, liberando miles de fragmentos que se transformaron en rosas de energía dorada.
Ante la sorpresa, Shai de Virgo sólo alcanzó a cruzar sus brazos sobre su pecho, recibiendo el millar de impactos en el aire.
Al observar que la amazona de Virgo caía sin control, Adonisia decidió aprovechar el momento para lanzar una centena de rosas pirañas, capaces de destruir los mantos sagrados.
Aún de cabeza, Virgo entendió el peligro que corría, por lo que hizo uso de su concentración para ejecutar una de sus técnicas.
Isis Kingdom! (¡Reino de Isis!) —clamó, uniendo las palmas de las manos a la altura de su nariz. El sonido de la palmada iluminó a los espíritus que merodeaban libres por la zona, quedando a la vista de todos como pequeñas esferas de fuego blanco que acudieron al llamado de la amazona. Los espíritus se dividieron, la mitad se abalanzó en defensa de Shai, girando a su alrededor para incinerar las rosas pirañas que se impactaron contra ellos, dándole a Virgo la habilidad de levitar en el aire con libertad; el resto se precipitó hacia Adonisia de Piscis como estrellas fugaces, atrapándola con movimientos giratorios que le impidieron mover su cuerpo.
Prisionera del torbellino espiritual, Adonisia fue arrastrada por el torrente que presionaba su cuerpo con una fuerza descomunal, sólo para descender a gran velocidad e impactar su cabeza contra el suelo.
El cuerpo de Adonisia agujeró el techo del Templo de Atena, perdiéndose en su interior. El choque provocó un fuerte temblor que sacudió la cima del Santuario.

— Qué descuidada eres. —pudo decir Albert con desaprobación antes de mirar a Jack de Leo, justo frente a él, a punto de lanzarle un golpe.
Albert atrapó el puño de Jack con su mano sana, probando la fuerza que el pasivo santo de Leo se ha resistido en mostrar desde que fue nombrado el guardián del Quinto Templo del Zodiaco. Géminis sonrió al apretar los nudillos de su oponente sin ninguna dificultad, pero cuando sintió severos impactos en su armadura, descubrió que Leo fue capaz de ejecutar múltiples golpes contra él, milisegundos antes de haber alcanzado su puño.
Los destellos dorados impactaron diferentes puntos de su Zohar, mas como era de esperar, simples ataques no harían mella en su estructura.
— Parece que los colmillos del león dorado no son tan afilados después de todo —el ahora Patrono masculló, atacándolo con sus puños y piernas.
Jack sólo retrocedió un paso para adquirir una pose marcial, manteniendo ambas palmas abiertas, siendo con ellas con las que desvió y evitó los golpes fulminantes de su enemigo sin siquiera alejarse de él.
Sus cuerpos entraron en combate constante a la velocidad de la luz, Albert a la ofensiva mientras Jack en la defensiva, empleando éste una técnica precisa que le permitía manipular los movimientos del Patrono para que erraran o perdieran potencia, mientras él se desplazaba fuera de la línea de ataque.
En menos de cinco segundos, Albert y Jack mostraron sus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo, deteniéndose cuando sus muñecas se golpearon una contra la otra, manteniendo entre ellas la tensión
Jack conservó una expresión centrada, mientras que Albert sonrió.
— Vaya habilidad la tuya, careces de fuerza, pero posees una destreza sobresaliente. Estoy impresionado —el Patrono halagó a su enemigo.
— En mi búsqueda por técnicas menos violentas para luchar, he aprendido a usar la fuerza de un oponente a mi favor —Jack explicó como agradecimiento—. Y tú posees la necesaria como para poner en práctica lo aprendido.
— Qué osado, jamás imaginé que podrías expresarte de esta forma. ¿Qué es lo que intentas probar?
— Sólo cumplir la penitencia que Atena me concedió, eso es todo.
Jack lanzó su puño libre al ataque, ejecutando la más conocida técnica de los guardianes de la constelación de Leo. — Lighting Bolt! (¡Relámpago de Voltaje!)
Albert  recibió de lleno el devastador ataque, siendo arrastrado por la energía liberada, mas sus pies sirvieron como freno en el suelo de piedra.
Entre la humareda final, el Patrono apareció incólume gracias a la monstruosa resistencia de su zohar azul.
El Patrono de Géminis se tomó el tiempo para observar que su nueva armadura resistió de manera sublime el ataque directo del enemigo, comprobando una vez más la magnitud de su actual ventaja.
— Si eso es todo, entonces... —Albert encendió su cosmos dorado y respondió con la misma intensidad—. Galaxian Explosion! (¡Explosión de Galaxias!)
De manera temeraria, Jack permaneció inmóvil, como si esperara ser alcanzado por el poder de las galaxias, mas no contó con que Nauj de Libra aparecería y lo protegería empleando los dos escudos de Libra.
— ¡¿En qué estabas  pensando?! —le recriminó, soportando la embestida de la explosión.
—Nauj —Jack pestañeó incrédulo—… ¡Nadie te pidió que te metieras! —resopló con un gesto molesto—. Pero supongo que es tu manera de agradecerme lo de antes —concluyó.
El santo de Libra dejó que sus escudos absorbieran la fuerza del ataque enemigo y se precipitó a contraatacar . — ¡Escudo Aplastante!
Con los escudos por delante, Libra se impulsó hacia el Patrono, convirtiéndose en un muro de luz capaz de desintegrar todo lo que se encuentre a su paso.
Albert sonrió con malicia, recordando la pelea que sostuvieron antes, mas esta vez no iba a esquivarlo. Se precipitó hacia Nauj con el puño extendido, buscando un sólo resultado.
El Patrono atravesó el muro de luz sin mayor problema, despedazando los escudos de Libra a su paso. Nauj recibió un golpe directo en la quijada que estuvo a punto de noquearlo y arrojarlo fuera de la plataforma, pero en el último instante giró para aterrizar de pie justamente en la orilla.
Allí, aunque quiso permanecer firme, terminó con una rodilla en el suelo, escupiendo sangre y respirando con dificultad.
— No importa en qué plano de existencia peleemos, tú nunca me podrás superar —el Patrono dijo, mirando a Libra en la distancia—. Ninguno de ustedes lo hará —se lo advirtió también a Jack, quien no había cambiado de posición.

El santo de Leo miró con preocupación a su compañero. Entendía la posible fuerza del ataque de Albert, pero no debió ser tan devastador como para dejarlo en ese repentino estado de debilidad considerando que los escudos absorbieron la mayor parte del impacto. ¿Acaso estaba sufriendo las consecuencias de haber vuelto a este mundo gracias a Kenta? La agresiva separación de un alma de su cuerpo original, sumado a su forzoso regreso a este plano de existencia, debía ser un proceso del que nadie puede recuperarse tan a prisa, y sin embargo Nauj se permitió ser arrastrado hasta aquí para continuar con la lucha.
Hasta ese momento Jack descubrió lo desconsiderados que habían sido con él, y aunque el santo de Libra no expresó ninguna incomodidad, él debió imaginar que sobrepondría su orgullo a cualquier dolencia sólo para seguirles el paso.
Jack estuvo a punto de ir a su lado, cuando recibió una clara petición en su mente: — ¡No te muevas!

Nauj tomó entre sus manos uno de los tridentes Libra para retar al Patrono. — Es demasiado pronto como para afirmar tu supremacía —sonrió como lo haría un demonio cínico.
— Conozco tus técnicas a la perfección, por lo que dudo que seas capaz de sorprenderme —Albert intentó recordarle las experiencias de su pasado encuentro—. Sin mencionar que las armas de Libra ya han demostrado ser inefectivas contra la resistencia de un zohar.
El santo de Libra comenzó a girar la lanza entre sus dedos como un experto artista marcial, tan rápido, tan fuerte, que el movimiento rotatorio comenzó a jalar el aire y polvo a su alrededor.— ¿Por quién me tomas? ¿De verdad crees que empleé mis mejores técnicas contra ti? —De pronto, entre el aire y el polvo manipulados, comenzaron a ser visibles destellos dorados, tan pequeños como un grano de arena, pero que resaltaban en el movimiento circular de la lanza. En un inicio fueron pocos, pero en un instante decenas comenzaron a unirse en el centro de aquella hélice, juntándose pedazos de roca y granos de oro, formando un núcleo que flameó con violencia y palpitó como un corazón.
— Te subestimé y ese fue mi error, pero ahora será diferente —Libra aclaró, y aunque soltó la lanza, esta continuó girando mientras su movimiento alimentaba cada vez más el pequeño sol que había formado y que comenzó a expulsar un gran poder junto a un resplandor hiriente.
— ¿Sabes por qué permití que destruyeras con tanta facilidad mis armas? —Nauj cuestionó, incrementando su cosmos, el cual también comenzó a ser absorbido por su estrella—. Porque en cada una de ellas se ha almacenado una gran cantidad de energía solar. Aun convertidas en partículas no pierden ese poder, por lo que al juntarlas en un sólo punto causarán un daño mayor del que pudieran hacer por separado.

El Patrono entrecerró los ojos,  reconociendo el gran poder con el que el santo de Libra intentaba amedrentarlo. Mas Albert le devolvió la sonrisa, confiando en que ni eso sería capaz de destruirlo.
— ¿Apostarás tu vida, entonces? Entiende que si erras y yo continúo con vida después de eso, serás tú el que terminará fulminado por las estrellas —Albert amenazó con frialdad.
— ¡En esta batalla es ganar o morir! ¡Muere! ¡Balance de destrucción!
Con su cosmos, Nauj de Libra empujó aquel sol diminuto, el cual creció el doble de su tamaño cada centímetro que avanzaba hacia su oponente, transformándose pronto en un gran cometa.
Albert sintió la presión exorbitante de aquel cumulo de energía flamígera, manteniéndose firme en su posición, con la estatua de Atena a sus espaldas. Cuando sus mejillas resintieron el calor del fuego de la estrella, es cuando actuó.
Para conmoción del santo de Libra, el Patrono sólo chocó las palmas de sus palmas ante sí, y de ellas, al separarlas, creció una ventana hacia otra dimensión, la cual se extendió lo justo para tragarse el despampanante ataque, el cual explotó en un lugar desconocido del universo.
Albert sólo le permitió ver vestigios de la detonación antes de cerrar la abertura dimensional, con tal facilidad que, por unos instantes, pudo haber sido confundido con un dios.

Estupefacto, Nauj debió utilizar el tridente como apoyo para no caer. Visiblemente cansado, apenas y podía creer lo fuerte que Géminis era. Antes, en el plano astral, no imaginó que la diferencia de poderes fuera tanta. ¿Siempre fue así de hábil, o es gracias a su pacto con los Patronos que ha alcanzado tal nivel?
— ¡Maldito! —gruñó Libra, con completa indignación.
— Ojalá les haya quedado claro que, aunque mi zohar es casi indestructible, continúa siendo sólo eso, un mero complemento para luchar, pero que unido al guerrero correcto es capaz de transformarlo en un ser invencible —el Patrono dijo, rodeado por su cosmos dorado.
— Ahora, lo prometido —millares de esferas de luz rodearon a Albert—. Desaparece. ¡Detonación Galáctica!
Las esferas luminosas se transformaron en rayos de luz que tenían un único blanco. El santo de Libra sentía el cuerpo pesado por su débil condición, por lo que sabía que cualquier intento de esquivar sería inútil. Se preparó para recibir la brutal técnica, pero se juró que no moriría, pasara lo que pasara Albert de Géminis no volvería a tomar su vida.
Con esa esperanza fortaleció su mente y su cuerpo para afrontar lo que sea… excepto lo que vio frente a sus ojos.

Jack de Leo se interpuso, una vez más, entre él y el ataque del enemigo. ¿Acaso pensaba ser un escudo humano?— ¡Qué estupidez! —pensó turbado. Y aunque Nauj trató de pensar en una manera de salvarlo, sus propios pensamientos se congelaron cuando vio al santo de Leo tomar una extraña posición, en la que dobló ligeramente las rodillas, inclinando el cuerpo hasta que su hombro izquierdo quedara al frente y cubriera su mentón, procurando mantener el brazo estirado a pocos centímetros de que sus dedos tocaran el suelo.
— ¡¿Qué es lo que vas a…?! —Nauj intentó preguntar, pero calló al sentir la cosmoenergía del santo de Leo incrementarse de golpe.
Castigo kármico —lo escuchó murmurar antes de que precipitara un golpe de espada con el brazo izquierdo, liberando un ráfaga en forma de media luna que engulló la energía de la detonación galáctica y se dirigió velozmente hacia el enemigo.
Tal acción fue tan rápida e impredecible para sus sentidos, que Albert no tuvo forma de reaccionar antes de ser golpeado brutalmente por aquel gran destello, el cual desató una estruendosa explosión de luz que emblanqueció el cielo y cegó a todos los que estaban en la redonda.
Para beneplácito del santo de Leo, logró ver que el rostro del Patrono se contrajo con una expresión de inmenso dolor momentos antes de perderse dentro de la pantalla de luz.

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Alrededores del Santuario de Atena.

Cuando aquellos tres santos de plata derrumbaron la única salida de las mazmorras del Santuario, no se le dificultó el lidiar con ellos pese a la combinación de sus fuerzas. En su condición de santo dorado pudo haberlos asesinado a sangre fría, tal cual era la intención de ellos para con él, pero en vez de eso sólo los incapacitó para encerrarlos tras las mismas rejas en las que los maldecidos fueron puestos en cuarentena. De uno de ellos extrajo el nombre del hombre que les ordenó ponerle tal trampa, fue lo único que necesitó para saber a dónde dirigirse.
Sin embargo, Asis comprobó que la prisión en verdad había sido forjada para evitar que cualquier prisionero pudiera escapar, incluyendo a uno que tuviera el séptimo sentido. Se sintió frustrado y esos sentimientos se transformaron en desesperación al escuchar las incesantes llamadas de auxilio de Arun en su cabeza.
Se dice que sólo un dios tiene la capacidad de abrir esa prisión subterránea, y aunque él no era un hombre que practicara la fe, terminó humillándose al pedir un poco de ayuda a cualquier dios que pudiera escuchar su súplica.
Entonces, casualidad  o no, la tierra comenzó a vibrar, provocando que parte del techo justo encima de él comenzara a desmoronarse, abriendo un boquete por el cual podría salir.
Al alzar la vista hacia el agujero por el que entró la luz del sol, el santo de Sagitario no vio el azul del cielo o las blancas nubes, sino una visión que lo dejó perplejo: el rostro de un titán.
Quizá fue su imaginación, pero Asis estaba seguro de que aquel ser lo miró, un instante, como si con ello pudiera responder la pregunta que se atragantó en su pecho: — Sí, fui yo.
Confiando en que eso de allá afuera no era un peligro, sino un aliado, Asis de Sagitario abrió las alas de su armadura y voló a toda velocidad hacia donde sus sentidos le indicaron debía estar, llegando justo a tiempo para evitar una tragedia, pero aquella osada escena en el templo de Atena fue la parte fácil. Derrotar a un heraldo del Olimpo será el mayor desafío.

El ángel, Paris, era veloz y podía desplazarse en el aire con gran destreza. Pese a que en el pasado ya han batallado entre ellos, esta era la primera vez en que podrían pelear de verdad, sin distracciones, ni restricciones.
Gracias a que ambos poseían la capacidad de volar, la batalla pasó rápidamente a llevarse a cabo en las alturas, cerca del gigante inamovible. Ninguno de los dos dejó que aquel extraño espectador los distrajera o se convirtiera en un impedimento para luchar allí.
Paris mantuvo su arpa silenciosa, permitiéndose chocar fuerzas con el santo dorado. Cuando el ángel movía los brazos, en éstos aparecían alas de energía de las que se desprendían centenares de flechas. Cada uno de estos proyectiles era manipulado por su voluntad y los disparaba contra su enemigo de manera constante.
Sus reflejos le permitían a Asis eludir cada flecha, inquietándole al recibir rozones que si bien no perforaban su armadura le causaban un ardor electrizante en el cuerpo.
Zigzagueando en el aire, Sagitario creó distancia para ejecutar una técnica resplandeciente, por la que su brazo se encendió en una intensa llamara dorada. — ¡Furia de Quirón! — liberando de su puño un poderoso y rugiente rayo dorado.
El ángel ni siquiera se inmutó cuando con un simple impulso ya se había desplazado a través del ataque y posicionado a un costado del santo.
Asis miró a los ojos al ángel cuando éste puso la punta de sus dedos sobre sus costillas. Paris apenas presionó ese punto y el cuerpo de Asis se dobló hacia el frente, rompiendo un pequeño trozo de la armadura de Sagitario, dejando al descubierto la piel amoratada y sangrante que el simple toque había ocasionado.
En inmediata respuesta, superando el dolor, el santo lanzó una serie de puñetazos y patadas contra su enemigo.
El ángel se limitó a esquivar y retroceder sin dificultad. — Qué desilusión —habló sin dejar de eludir los ataques —. En el pasado, los Patronos han demostrado un mejor desempeño contra nuestras fuerzas. No creí que los renombrados santos de Atena fueran tan débiles.
Asis cambió de estrategia y tras volver a crear distancia disparó una flecha dorada con su arco.
Paris lo miró con indiferencia, extendió su mano con la intención de anticipar su llegada y tomarla entre sus dedos, pero antes de que pudiera hacer contacto con la flecha, ésta se dividió en doces rayos de luz que lo golpearon por todos los flancos.
Las detonaciones sobre el cuerpo del ángel lo hicieron desaparecer en un capullo de luz y polvo cósmico.
Al no verlo caer, Asis anticipó la inefectividad de su ataque, por lo que volvió a preparar una segunda flecha. Pero antes de poder apuntar, un sonido tronó en sus oídos, ocasionando que disparara hacia el suelo, y por poco soltó su arco. Aturdido, Sagitario temió por la sensación que aún retumbaba en sus tímpanos.
Paris hizo vibrar una sola cuerda de su arpa para afectar los sentidos de su rival.
El santo de Acuario, si no mal recuerdo, estaba herido en aquel momento en que nos encontramos —recordó brevemente—. Creía que su deteriorada condición era lo que impidió que me mostrara el poder de los “milagros”, como ustedes lo llaman. Pero tú, pese a encontrarte en plena forma, no has demostrado ser un oponente diferente —sus dedos comenzaron a tocar una bella melodía.
Para Paris no había composición más dulce en el mundo que la que su arpa liberaba, para Asis, escucharla era como tener lava corriendo por sus canales auditivos.
He comprobado que su leyenda está sobrevalorada —dijo el arpista, concentrado en el paso de sus dedos por las finas cuerdas plateadas.
Asis cerró los dientes con fuerza, mordiéndose la lengua para que el shock nervioso lo liberara de ese maleficio, volviéndose inmune a la música del ángel por breves segundos en los que decidió emplear la más poderosa de sus técnicas.
Su cosmos se extendió y abrió por completo las alas de su cloth, generando feroces corrientes de aire y centellas.— ¡Impulso Celestial!
Las alas de Sagitario batieron el viento huracanado a su alrededor, desatando  una tifón de poder contra el heraldo del Olimpo.
El cielo se inundó de aquel resplandor, avanzando como una ola que demolerá todo lo que encuentre en su camino.
Con determinación, el ángel pasó su mano sobre todas las cuerdas, liberando un sonido nada melodioso, sino uno atronador que transmitió una ira explosiva. Tal acorde sirvió como un rompeolas contra el que la furia de Sagitario se estrelló, neutralizando el vendaval de poder y convirtiéndolo sólo en partículas que cayeron a tierra como inofensivos copos de nieve.
Asis abrió los ojos estupefacto, y por breves instantes sintió su cuerpo temblar.
Aún a lo lejos, Paris se percató de ello, por lo que sonrió con lástima. — Supongo que al fin has visto la realidad, has contemplado tu muerte y la de aquellos que han agredido a los dioses.
El arpa del ángel brilló tenuemente, transformándose en un largo arco de cacería blanco con bellos grabados en su superficie.
La muerte es tu futuro, pero, tu actual agonía es poca en comparación de la humillación que me hiciste sufrir, por lo que no morirás en brevedad. — Paris preparó una flecha platinada.
Sagitario logró salir de su estupor al saberse blanco de ese proyectil, por lo que rápidamente lo imitó.
Me aseguraré de que seas uno de los pocos mortales que hayan escuchado mi réquiem hasta el final.
El ángel disparó su flecha, sólo un instante antes de que Asis también lo hiciera. Los haces de luz avanzaron el uno contra el otro.
Conoce tu lugar, Sagitario— Paris dijo, previendo el resultado.
La flecha platinada extinguió en su totalidad el proyectil dorado, sin perder fuerza ni velocidad continuó avanzando hasta incrustarse en el vientre del santo de Sagitario.

Asis escupió sangre ante el intenso dolor. Le flecha no lo había atravesado pero sintió que iba a desmayarse en cualquier momento. En su conmoción se dio cuenta de algo: había perdido el sentido del olfato.
— No puede ser… ¿acaso?... —dedujo que ese fue el efecto de recibir el disparo. Intentó extraer la flecha de su cuerpo, pero  una segunda impactó en el brazo que movió. El dolor fue aún mayor que antes, cerró los ojos evitando soltar un alarido, pero cuando los abrió la oscuridad persistía.
La vista — escuchó al ángel decir, antes de sentir un tercer golpe en el hombro y un cuarto en el lado derecho del pecho—, el gusto y el tacto…
Tras perder cuatro de sus sentidos, el santo de Sagitario fue incapaz de mantenerse en el aire, por lo que su descenso fue inevitable.
Asis cayó desde gran altura,  su cuerpo no se desarmó gracias a la cloth de oro. En su condición, realmente intentó ponerse de pie, pero su cuerpo no respondía, el único sentido que seguía activo era su oído y entendía la razón del por qué. Cuando dio inicio el réquiem angelical, supo que el infierno apenas comenzaba para él.

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Interior del Templo de Atena.

Shai de Virgo entró al templo de Atena, donde segundos antes su rival había caído dejando tras de sí un hueco en el techo.
La amazona de Piscis permaneció recostada e inmóvil en medio del cráter que su impacto marcó. El casco de Adonisia había quedado en un rincón de los aposentos de Atena.
Virgo no se confió, por lo que descendió a una distancia prudente de su posición.
— ¿Ese juego de verdad te ha funcionado antes? —preguntó Shai, molesta al intuir que la menospreciaba.
— Te sorprendería —respondió ella, mofándose. De un rápido movimiento la amazona de Piscis se alzó, alisándose el cabello con femineidad. Miró en redondo, contemplando la escueta decoración del lugar—. Y ahora que dejamos a los hombres jugando entre ellos, ¿qué planes quedan para nosotras? —preguntó, posando sus manos sobre sus caderas.
— No he cambiado de opinión Adonisia, que recibas tu merecido castigo sigue siendo mi prioridad.
— ¿De verdad? Qué lástima. En ese caso, tendremos que pelear en serio, mis amigas y yo —el cosmos de Piscis se elevó rápidamente. Bajo sus pies empezó a extenderse una brillante capa de transparente cristal rosado, el cual rápidamente cubrió el suelo, las paredes y el techo del templo, incluso bloqueando el acceso por el cual ambas entraron.
En contra de lo pensado, Shai vio que ese cristal no buscó atrapar sus pies o herirla de algún modo, sólo se fundió con el entorno, encerrándolas a las dos dentro del templo.
El aislamiento fue total, pues dejó de escuchar la batalla que ocurría afuera y ya no podía detectar el cosmos de sus amigos, ni el de nadie más.
— Ya no hay escape — Piscis musitó, moviendo las manos hacia arriba y, ante su orden, rosas comenzaron a abrirse en los muros cristalinos, tapizando cada rincón del templo de Atena, y convirtiendo el techo en una ventana hacia un cielo azul repleto de nubes blancas.
— Bienvenida al Invernadero de Cloris* —se inclinó al frente, como un caballero de la nobleza.
Virgo dio un paso hacia atrás, pisando la alfombra de rosas con inquietud. Sabía que la amazona de Piscis empleaba rosas especiales para acabar con sus enemigos, por lo que ver miles de ellas reunidas en un solo espacio indicaba que todas y cada una eran un potencial enemigo. Sus sentidos le advertían de un gran peligro y la impulsaban a buscar una salida de allí.
— Mi lugar especial, la tumba de todos aquellos que osan desafiarme —Adonisia continuó hablando, mientras que algunos pétalos se desprendían de las flores.
Rosas rojas, negras, blancas y aguamarinas resaltaban en aquel edén de aterradora belleza, donde cada rosa estaba cubierta por un rocío brillante que las embellecía aún más.
— Aunque eres la primera que llega a entrar viva a mi invernadero —Adonisia rió, tomando una rosa roja de entre todas las presentes.
Shai apretó la máscara en su rostro con cierta ansiedad, pues algo comenzó a picar en su nariz.
— Una máscara tan burda como esa sólo te dará unos minutos de resistencia —explicó Piscis, inmune a las toxinas que envenenaban el aire—, pero no tengo dudas de que el polen y la fragancia de mis flores terminarán por acabar con tu vida.
— Peleas sucio —la amazona de Virgo se alistó para el combate.
— No seas una mala perdedora —respondió Piscis, sin pena.
Ra’s Wings! —el cosmos de Shai volvió a desatar su técnica huracanada, una que logró barrer con la flora de todo el cuarto, mas con asombro notó que las paredes volvieron a atiborrarse de rosas casi al instante.
Como un fantasma entre la lluvia de pétalos, Adonisia apareció a un lado de Virgo, propinándole un fuerte puñetazo que si bien no la tiró al suelo le arrebató el equilibrio. — Como bien imaginé, no serás de las que espere la muerte quieta. Por lo que divirtámonos hasta entonces, ¿te parece? —cuestionó, lanzando patadas y golpes que Shai apenas y lograba bloquear.
Si tan sólo lidiar con las extremidades de la amazona de Piscis bastara, la pelea habría sido más pareja, pero con sólo el poder de su pensamiento Adonisia ordenaba a su ejército de rosas a atacar, saliendo del suelo como rayos de luz en busca del enemigo.
Vapuleada por los innumerables ataques, Shai concentró su cosmos, creando seis esferas luminosas que arrojó contra Adonisia. La amazona de Piscis las esquivó sin dificultad, mas no se percató de que éstas no causaron ningún daño a sus rosas o al suelo, sólo se introdujeron bajo la superficie como semillas de luz.
Shai se esforzó por mantener la distancia de su enemiga antes de actuar.
— Este espacio es demasiado pequeño para que te la pases huyendo —Piscis se mofó, aun persiguiéndola.
— Con gusto aceleraré tu derrota —sin detenerse, la amazona de Virgo volvió a encender su cosmos y atacó —. Osiris Justice! (¡Justicia de Osiris!)
Justo cuando Adonisia pisó el suelo para darse un ligero impulso, bajo su pie emergió un potente rayo de luz que la atrapó completamente,  hiriéndola por la energía condensada que ascendió con la forma de un cilindro luminoso.
Adonisia gritó de dolor, pudiendo salir del rayo solar, sólo para caer a otro que ya la estaba esperando en cuanto volvió a tocar el suelo.
Con simples movimientos de sus manos, Shai detonó sus ataques subterráneos, anticipando los movimientos de la amazona enemiga.
En total fueron cinco columnas de oro que rápidamente castigaron a Adonisia, tras el golpeteo de cada una de ellas la armadura de Piscis perdió varios trozos. El sexto rayo no la alcanzó, pues proyectó un escudo para protegerse, regresando al suelo, donde permaneció en cuclillas.
— Nada mal… nada mal —Adonisia musitó, mirando las gotas de sangre que resbalaban por sus brazos y caían sobre las rosas cercanas. Ella se enderezó rápidamente, tomando en su mano una de las flores aguamarinas—. Eso sí que me tomó por sorpresa. Creo que deberé responder de la misma forma e intentar sorprenderte.
— Eres más resistente de lo que hubiera imaginado.
— Soy una amazona de oro ¿esperabas menos que eso? —Adonisia elevó su cosmos, despertando un resplandor arcoíris en la rosa que sostenía—. Deberías dejar de subestimarme.
La rosa aguamarina cambió de un instante a otro, volviéndose enteramente de cristal. —Cuando la peligrosidad de mi rosa marina deja de ser un secreto, es cuando muestra su verdadera apariencia.
Virgo vio que no sólo esa rosa brillaba con tal resplandor, sino también las otras mil del mismo color que se encontraban esparcidas por el invernadero maldito.
— Vayan —Adonisia susurró, arrojando la rosa contra su rival. En el trayecto, la flor de cristal se separó en numerosos pétalos cristalinos, los cuales comenzaron  a girar hasta volverse discos cortantes de energía.
Virgo quedó estupefacta cuando el resto de las rosas de cristal imitaron la acción y pronto se encontró en medio de todo ese poder a punto de alcanzarla.
Aunque Shai buscó protegerse con su cosmos, los incontables discos la impactaron sin piedad, girando como cierras sobre su armadura, elevándola por el aire como si estuviera siendo devorada por un enjambre de insectos.
Al final, los pétalos de cristal estallaron en un indefenso polvo azul, liberando a la amazona de Virgo, quien cayó pesadamente en el suelo muy malherida.
Su armadura se hizo pedazos por el feroz ataque de las rosas marinas. Aunque la pérdida era significativa, Shai prefería que fuera la cloth la destrozada y no sus extremidades.
Adonisia de Piscis caminó hacia donde su rival yacía aturdida. Ver su cuerpo sangrante y tembloroso sobre la cama de rosas le provocó una satisfacción que la obligó a suspirar de gozo.
Shai, sólo con retazos de su uniforme de batalla, se obligó a girar en el suelo, sobre todo cuando sintió una espina clavarse sobre la piel de su rostro ya sin máscara.
Aún en su condición, Shai miró desafiante a su enemiga, mientras Adonisia la contempló en silencio, admirando su rostro descubierto.
— Cualquiera podría enamorarse de ti —Adonisia musitó, para enojo de Shai.
Shai luchó por levantarse pese a sus múltiples heridas, pero el sólo pensarlo la hizo toser salvajemente y el vómito escarlata regó las flores a su costado.
— Pero ya que has sido herida por mis rosas y aspirado por tanto tiempo sus fragancias, tu sangre no tardará en convertirse en veneno puro y morirás —Adonisia explicó, orgullosa de su labor—. No demorará mucho.
Piscis se acuclilló ante Virgo, y aunque Shai intentó atacarla, Adonisia fácilmente atrapó su puño con la mano y se le echó encima en una posición sugerente para retenerla en el suelo.
— Ahora sólo descansa, pronto serás alimento para mi jardín, dormirás eternamente en este paraíso —Piscis le pidió, utilizando sus rodillas y el peso de su cuerpo para inmovilizarla.
— ¡Púdrete…! —logró decir, sintiendo que respiraba dentro de un volcán activo.
Con sus manos libres, Adonisia tocó el rostro de Shai, con una delicadeza contrastante con la violencia demostrada. Sus dedos delinearon cada línea de expresión de la morena, los labios pequeños pero carnosos, los ojos grandes de un hermoso color violeta, la nariz delgada y respingada.
Repugnada, Shai peleó, pero era en vano, sólo podía ver su rostro compungido reflejado en la máscara dorada de Piscis.
Atrapada en su propia ensoñación, Adonisia continuó palpando el rostro de la amazona de Virgo hasta que un pensamiento la hizo salir del trance.
— Perfecta… Eres mucho más perfecta que yo —Piscis musitó, mientras peinaba el cabello que cubría la frente de Shai—... Demasiado —de un repentino movimiento, con sus uñas abrió cuatro heridas en la mejilla derecha de su adversaria—. Eres repugnante — y volvió a repetirlo en la izquierda, con una saña aun mayor—. Pero te envidio… Te quiero para mí… Te tendré conmigo hasta el final de los días— rió de manera demencial, elevando su cosmos hacia el séptimo sentido.
Raíces espinosas se aferraron al cuerpo de Shai de Virgo, inmovilizándola y levantándola en vertical ante la señora del invernadero. Las raíces arrancaron lo que quedaba de su ropa, exponiendo su cuerpo femenino herido.
— Sí —dijo Adonisia, contemplándola con una emoción enfermiza—, tu perfección me ha inspirado a querer probar algo nuevo… Ésta podría ser la perfecta oportunidad. —A sus pies, creció un minúsculo capullo dorado que flotó hasta llegar a la altura de sus manos.
Adonisia cubrió ese botón con su cosmos, marchitándolo, pero quedando una semilla negra en su lugar. La amazona la tomó entre sus dedos y la admiró con ternura.
Shai forcejaba  inútilmente, desesperada al estar a merced de una lunática como Piscis. Pero aunque intentaba hacer estallar su cosmos, este de alguna manera era absorbido por las raíces que la aprisionaban, ganando una resistencia descomunal que impedían su escape.
— Estaba esperando encontrar el lugar adecuado en dónde plantar a esta pequeña… Pero ante tal oportunidad, qué mejor sitio que sembrarla en el cuerpo fértil de una poderosa guerrera como tú.
Adonisia cubrió sus dedos y la semilla con su cosmos, y de un rápido movimiento los introdujo dentro de vientre de la amazona cautiva por su ombligo. La sangre brotó de la nueva herida, y aunque Shai intentó resistir el dolor, sus muecas reflejaron la angustiante sensación mientras Adonisia colocaba la semilla dentro de sus entrañas.
Piscis sacó sus dedos lentamente, dejando un agujero del que no solo emergía sangre sino que también se podía vislumbrar un débil resplandor dorado.
— Sé que te duele, pero debes ser fuerte, apenas vamos a comenzar —ella le dijo con cinismo, consciente y complacida por su dolor.
Piscis volvió a cubrir sus manos con cosmos, tocando el desnudo vientre y alimentando con su energía a la semilla que había dentro de este.
Desde el primer segundo, Shai chilló adolorida. No podía saber la clase de abominación que estaba preparando para ella, pero la agonía creciente en su estómago se extendió hasta la última fibra de su ser. Su cuerpo tembló frenético entre las espinas, sus ojos se voltearon, cerró los puños con tanta fuerza que se hirió las palmas de las manos, su garganta no podía frenar los alaridos, y aunque por segundos alcanzaba a cerrar la boca, inmediatamente la abría de nuevo exhalando un grito todavía más desgarrador que el anterior.
Nuevas raíces comenzaron a moverse, todas ellas extensiones que la amazona de Piscis dirigía para trabajar en su nuevo experimento.
— Resiste, resiste —Piscis pidió con tranquilidad—. Todo este dolor es necesario, debo adecuar tu cuerpo para que puedas renacer dentro de mi jardín, de lo contrario no me servirás —explicó, con oídos sordos a la agonía de su nuevo espécimen.

El sentido del tiempo fue algo que ambas perdieron dentro de esa dimensión. No importa si sólo fueron unos minutos, horas o días, en algún punto Shai terminó perdiendo la voz y el sentido, quizá hasta la cordura.
Para terminar, Piscis avanzó hacía donde se encontraba el pedestal de la diosa del Santuario, sabiendo que sería el lugar indicado para el nacimiento de su nueva y más grande creación hasta ahora.
La mujer movió las manos de forma delicada a sus costados, ocasionando que abundante agua saliera del suelo, la cual manipuló e hizo girar en el aire, formando un enorme y bello capullo. A su orden, las raíces llevaron el cuerpo de Shai hasta allí y la sumergieron dentro del agua, liberándola de cualquier atadura.
Adonisia tronó los dedos, y el exterior de la rosa de agua se solidificó en un delgado cristal, mientras que en su interior, el cuerpo de la inconsciente amazona de Virgo permaneció flotando en el líquido incoloro que, al hacer contacto con la sangre de sus heridas, comenzó a tomar un color rojizo.
Adonisia admiró su obra con fascinación, dando un suspiro largo de satisfacción. —Cumpliré mi promesa… y pronto, serás la reina de mi jardín. Con tu sangre y cosmos fortaleceremos esté invernadero juntas. Bienvenida a tu nuevo hogar —rió para sí, abrazándose al cristal como si sintiera que sus brazos estrechaban a un esperado bebé.

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Explanada del Templo de Atena.

Jack de Leo bajó su brazo lentamente sin dejar de mirar el punto donde segundos antes se encontraba su adversario.
Libra se apresuró a ponerse de pie, sin poder ocultar su admiración por lo que acababa de pasar. ¿Este era el verdadero poder de león dorado?
— ¿Qué demonios fue eso? —preguntó, colocándose al lado de Jack para acompañarlo en su vigía.
— Lo siento pero, no soy de los que cree que debo de explicarle a todos mis técnicas —respondió, alzando los hombros.

El campo de batalla se despejó tras un fuerte soplido del viento, mostrando la inmaculada estatua de Atena sin un rasguño pese a haber sido alcanzada por el vendaval de poder y ser la superficie en la que Albert de Géminis chocó de espaldas, resbalando hasta la base. Allí, Albert permaneció sentado, como si a su cerebro le costara asimilar lo que había sucedido.
— Ni te atrevas a pensar que está muerto —Nauj le dijo a su compañero, nervioso al ver que aún tras brutal ataque el zohar de Géminis estaba tan intacto como la estatua de la diosa.
— Jamás cruzó por mi cabeza…

Albert se irguió lentamente, escupiendo un puñado de sangre que se acumuló en su boca. Se apartó el cabello del rostro, dejando ver las quemaduras superficiales en sus mejillas y oreja izquierda.
— Interesante intento —dijo con tono cínico, tocándose la quijada como si algo en ella le doliera—. ¡¿Por qué no lo intentamos de nuevo?!
El Patrono de Géminis desató de inmediato la Explosión de Galaxias, por la que Jack de Leo no tuvo más alternativa que contrarrestarla con la misma técnica. Justo como antes, la media luna superó la potencia de las estrellas y se impactó contra Albert, quien en esta ocasión no se dejó sorprender y plantó firmemente sus pies para resistir el embate.
Su armadura resistió sublimemente, por lo que se impulsó de inmediato contra los santos enemigos, moviéndose a una velocidad sorpréndete.
De un puñetazo tumbó a Leo al suelo y detuvo el intento de Libra por atacarlo con el tridente con una patada en el estómago, dejándolo sin aliento e impedido sólo por unos segundos que el Patrono deseaba aprovechar.
— Eso no se sintió tan fuerte como antes, me pregunto por qué —cuestionó al avanzar a pasos acelerados hacia Leo, quien ya estaba de pie y listo para el combate—. Veámoslo una vez más —sentenció, mostrando su cosmos y liberando por tercera vez la explosión galáctica.
A tan corta distancia, Leo desató el ataque de media luna que golpeó a Albert directamente en el pecho, con la esperanza de que partiera en dos al infame guerrero, mas no fue así, el titán en que se había convertido sobrevivió y no dejó de avanzar.
Impresionado por lo imparable de su oponente, Jack descargó sobre él la furia de los relámpagos, mas antes de que se materializaran, Albert atrapó su puño electrificado, conteniendo el inmensurable poder que al no encontrar salida terminó estallando en la mano de su ejecutor.
Jack tensó la mandíbula cuando su mano fue destrozada por su propio poder, el brazal de oro se hizo pedazos, quemando y fracturando su brazo entero. El dolor lo distrajo menos de un instante, pero así Albert de Géminis se movió a una velocidad mayor con la que le propinó una salvaje golpiza usando únicamente sus puños hasta tumbarlo al suelo, donde lo pisó bruscamente, manteniendo su pie sobre él para evitar que se levantara, si es que aún le quedaban deseos de hacerlo.

Cada golpe se llevó consigo un trozo de su armadura dorada, siendo el último pisotón el que quebrara por completo la pechera y varias de sus costillas.
Al sentir fragmentos de la armadura entre su pie y el pecho del enemigo, Albert movió su talón lentamente, asegurándose de que los pedazos terminaran clavándosele en la piel.
— Una técnica de contraataque, eso fue —dijo, complacido de haber descubierto el truco más peligroso del santo de Leo—. Al principio no estaba seguro, pero decidí  comprobarlo antes de entrar en paranoia. La intensidad de tu ataque depende de la energía que emplee tu enemigo en su propia técnica, es por eso que la primera vez fue tan devastadora, ya que en mi segundo intento disminuí la cantidad de fuerza y empleé  menos en el que le continuó.
Jack lo miró con desafío, aun cuando su cuerpo se encontraba acalambrado por las embestidas recibidas.
— Has perdido mucha energía en ello, sin mencionar que sólo puedes contraatacar técnicas a distancia que liberen cierta cantidad de cosmos, nunca golpes físicos ¿o estoy equivocado?
— Qué listo —sonrió Leo con osadía, comprobando que no estaba leyendo su mente, de lo contrario también sabría que su técnica duplicaba la fuerza de la técnica que contraataca, por eso lo afectó tanto la primera vez.
— Sabes bien que una técnica no funciona dos veces contra un santo de Atena —Albert recalcó, volviendo a pisarlo al sentir que intentó levantarse—, por lo que si no me eliminaste en tu primer intento, cualquier otra oportunidad se ha desvanecido,  así como tu futuro…
Repentinamente, Albert estiró la mano hacia atrás, deteniendo el avance de un proyectil que venía buscando la parte trasera de su cabeza. Ante la palma de su mano el tridente de Libra se detuvo tras haber sido lanzado con toda la fuerza que quedaba en el cuerpo de Nauj.
— ¡Infeliz! —bramó en la distancia al ver que su tridente fue detenido por el poder psíquico del Patrono, quien decidió armarse con él, girándolo con su mano sana y demostrando una destreza impecable.
Albert le lanzó una mirada por encima del hombro. — Te permití ese torpe movimiento sólo porque deseaba tener esto—aclaró, sujetando el tridente de tal forma en la que lo utilizaría para arponear la cabeza del santo que yacía a sus pies—. Gracias.
— ¡JACK! —clamó Libra, corriendo en su dirección, aun sabiendo que sin importar lo que hiciera estaba lejos de poder salvar a su compañero, ni aunque él mismo se lanzara a recibir el golpe.

El santo de Leo enfrentó su posible final con valentía, viendo a los ojos a su verdugo quien no vaciló en su actuar.
El estruendo fue ensordecedor. Nauj frenó estrepitosamente, atónito ante lo que había pasado y lo que ahora sus ojos contemplaban.
Sobre el rostro del santo de Leo recayó la sombra del escudo que lo protegió, y sobre el que el tridente de Libra se impactó.

El tiempo avanzó de manera extraña desde el momento en que Albert lanzó el violento golpe, pues estaba seguro de que no fallaría. Pero no fue así, el estruendo llegó primero a sus oídos que las imágenes a sus ojos cuando la cabeza del tridente de Libra se pulverizó al chocar contra un escudo esmeralda que se interpuso de repente, en cuyo centro la figura de un sol dorado resplandeció para presumir su resistencia y reflejar su semblante de incredulidad total.
Albert miró con odio e indignación al hombre que evitó la ejecución del santo de Leo, escondiendo el temblor involuntario que sacudió sus manos, las cuales cerró al retroceder algunos pasos.
— Esto… no puede estar pasando —musitó, buscando si se trataba de algún engaño.
— El maestro de las ilusiones eres tú, ¿no es así? — dijo el hombre de cabello negro que portaba una majestuosa armadura verde de la que crecían tres pares de alas de dragón en la espalda.
El recién llegado se levantó e inmediatamente pasó por encima del santo de Leo con cuidado, caminando hacia Albert mientras su cosmos color jade ardía a su alrededor—. Pero si necesitas que te lo confirme, está bien, como tu antiguo maestro, permíteme demostrarte quien soy yo en verdad.
El rugido de su cosmos esmeralda retumbó a lo largo y ancho del cielo, siendo escuchado por todos aquellos guerreros que moraban el Santuario, sabiendo lo que aquello significaba: el verdadero Patriarca había regresado, y con ello el fin de la rebelión.

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Antiguas ruinas del Santuario.

Hécate apareció en las afueras de las ruinas de un antiguo templo. En cuanto pisó el suelo cubierto de hierba se apoyó en la columna más cercana, tomándose unos segundos para sobrellevar el dolor que recurría su rostro y se centraba en su ojo perdido. De entre su ropaje sacó un frasco que contenía agua del estanque sagrado, misma que bebió, sabiendo que no restauraría lo perdido, pero sí cerraría la herida y desvanecería el dolor.
Allí se sintió a salvo, sabiendo que era un lugar dentro del Santuario que nadie frecuentaba, pues nunca fue restaurado por su lejanía y falta de propósito.
Sabiendo eso es por lo que teletransportó al príncipe de Asgard allí, imaginando que nadie lo encontraría… craso error.

En cuanto terminó de beber la medicina, escuchó la alerta que le transmitió la naturaleza bajo sus pies, por lo que se adentró al derruido templo a toda prisa, percibiendo un gran cosmos maligno en su interior.
Preocupada por su posible fracaso, estaba dispuesta a combatir a quien fuera para llevar a cabo su tarea, pero jamás imaginó que al final del camino se toparía con tan complicada situación.

En las sombras del templo, donde el sol apenas entraba por delgados agujeros en el techo,  estaba un hombre que sujetaba al pequeño Syd del cuello, ahogándolo no sólo por la presión que ejercía sobre su garganta sino por el extraño brillo que estaba saliendo de su boca.
El hombre mantenía su mano libre cerca del rostro del niño, con la cual estaba extrayendo ese resplandor que residía dentro de su infantil cuerpo, acumulándolo en una esfera luminosa que le complació ver finalmente terminada.
¡Esa es su alma! —Hecaté dedujo en silencio, antes de que el niño empalideciera cual cadáver y dejara de temblar, colgando sin fuerzas de la mano de su captor.
— ¡¿Por qué?! —la mujer recriminó, observando el alma divina que fácilmente fue arrancada de su avatar humano.
¿Por qué reaccionas de esa manera, hetaira de Avanish? ¿Acaso no es esto lo que tú también buscas? —cuestionó el sujeto, dueño de una voz profunda.
El hombre ensombrecido soltó el cuerpo de Syd y se volvió ligeramente hacia la Patrono, única testigo de su acto. La radiante llama azul en su mano iluminó el lugar con una fría luz blanca.
— ¿Cómo puedes…? ¿Qué significa esto? Tú eres uno de los campeones del Santuario, ¿por qué tomarías tales medidas y traicionarías a tus aliados asgardianos? —Hécate deseó obtener respuestas, pues aquel hombre era el menos improbable de tal atrocidad—. ¿Acaso tú no eres Seiya, el legendario santo de Pegaso?
En efecto, ante ella se encontraba el renombrado santo de Pegaso, su armadura de bronce y las heridas sufridas en su anterior batalla contra la amazona de Perseo eran prueba de ello, sin embargo, sus manos y brazos estaban manchados con sangre que evidentemente no era suya.
El santo sonrió ante la pregunta, por lo que en vez de contestar introdujo la esfera de luz en su boca, devorándola.
Hécate retrocedió por el violento cosmos que el santo expulsó en cuanto engullera el alma del inocente príncipe.
El hombre se encorvó hacia el frente, como si fuera a vomitar lo apenas ingerido, pero resistió y su cuerpo se vio cubierto por intensas llamas celestes que comenzaron a afectar su armadura, transformando su sencillez en una cloth que revestía todo su cuerpo. Dos esplendorosas alas metálicas crecieron de su espalda, remolineando aún más el torrente cósmico que lo rodeaba.
La armadura divina de Pegaso relució magnánima ante la Patrono, quien miró asombrada su majestuosidad. Sin embargo, la transformación no terminó allí, no cuando el cabello café del santo fue oscureciéndose, llegando al negro absoluto; al mismo tiempo que la pureza de su armadura se ennegrecía. El color blanco de la cloth fue sustituido por negro metal, y el dorado por platino reluciente.
¿Qué es esto que siento? —Hécate estaba impactada por lo que sus sentidos captaban, el inmensurable poder del santo de Pegaso excedía sus expectativas, sin embargo no podía pertenecerle a alguien que por tanto tiempo luchó por la paz de la humanidad, sobre todo cuando su cosmos celeste se tornó del color de la sangre
¿En verdad él es Seiya de Pegaso? —la Patrono volvió a cuestionarse, cohibida ante el peligro que el sólo verlo le transmitía.
Ya no más —fue la sombría respuesta que obtuvo de aquella nueva amenaza.


FIN DEL CAPÍTULO 58

  

* Cloris: Nombre dado a la Diosa de las Flores de los Jardines en la mitología Griega.

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