miércoles, 15 de marzo de 2017

EL LEGADO DE ATENA - Capítulo 62. Lealtad

Ese día, minutos atrás…

Seiya de Pegaso cerró los ojos, entregando de manera voluntaria la victoria a Elphaba de Perseo, víctima del infame Satán Imperial.
Él esperaba que una vez que Elphaba quedara libre podría revertir la maldición de Medusa y continuar la lucha en su lugar, pues sabía bien que sus días como combatiente habían terminado…
Algo atravesó su corazón, el dolor fue insoportable pero ningún alarido emergió de su boca. Cayó en la oscuridad total y todo dolor desapareció de repente. Imaginó que eso era todo, que la Espada de Perseo cumplió su labor y el más allá era el próximo destino… pero no fue así, pues de repente sus sentidos volvieron a conectarse con su cuerpo, sacándolo de la ilusión del descanso y alivio eterno.
Cuando Seiya abrió los ojos apenas pudo creer el escenario frente a él: Elphaba de Perseo y Giles del Reloj muertos a sus pies.
Vio el rostro de horror impreso en el pálido rostro de Elphaba, cuyo peto tenía un gran boquete ensangrentado por el que podía verse su corazón aplastado; sin duda su muerte fue lenta y agonizante. Víctima de una muerte instantánea, Giles tenía el cuello roto,  en su cara se perpetuó la desesperación que sufrió y se llevó consigo al otro mundo.
— … ¿Pero qué…? ¿Cómo…? —Seiya retrocedió abrumado, mirándose las manos cubiertas de sangre que aún goteaba de sus dedos, y las numerosas salpicaduras escarlatas en su blanca cloth—. No… Esto es… No puede ser… ¡¿Qué sucedió?! — se cuestionó, estupefacto.
— … No… ¡Yo no…! —desesperado intentó encontrar una respuesta a toda esta situación. ¡Él había decidido perdonar a Elphaba! ¡¿Por qué era ella quien se encontraba muerta en el suelo?!
El santo se dejó caer de rodillas junto a ella, temblando de desesperación y terror al no entender lo que pasó.
Estoy conmovido, nunca imaginé que alguien como tú pudiera poseer un corazón tan bondadoso. En verdad pensabas dar tu vida a cambio de la suya, pero temo, Pegaso, que eso está fuera de discusión — escuchó de pronto.
Seiya se alarmó y miró en todas direcciones con evidente espanto al reconocer esa voz… La recordaba perfectamente, ¿cómo olvidarla? Pero ¿podría ser cierto o es que finalmente había terminado por enloquecer?
— ¡No…! ¡No puedes ser tú! — El santo se levantó con la guardia en alto, buscando a un enemigo que se mantenía indetectable—. ¡¿Hades?! —clamó con furia, alistando su cosmos para combatir cualquier amenaza.
Pero en cuanto la chispa de su cosmos se encendió fue que el dolor volvió a su corazón como fuego que lo consumía. Seiya intentó ignorar sus dolencias. — Maldito… ¿permanecías con vida?— pudo decir, luchando contra el dolor que le hizo vomitar sangre y caer de rodillas una vez más al suelo—. ¡¿Dónde estás?! ¡Manifiéstate!
En respuesta, su propio brazo le sujetó la garganta con brusquedad.
— Estoy aquí, Pegaso.
— ¿Qué…? ¿Qué significa esto…? —cuestionó, atragantado y sorprendido por el que su extremidad no respondía a su voluntad.
— Es vergonzoso… es inconcebible que yo, un dios, hijo de Cronos y Rea, se haya visto obligado a permanecer oculto dentro de tu sucio cuerpo desde el día en que me enfrentaron en los Campos Elíseos.
— ¡¿Dentro de mí?! ¡Eso no puede ser, no!— Seiya de Pegaso se revolvió por el intenso tormento que le quemaba la caja torácica.
En el momento en que cambiaste lugares con Atena, recibiendo mi estocada final, te marqué con mi odio; uno que se ha fomentado desde la era mitológica y que finalmente te ha alcanzado —explicó la lúgubre voz—.  No herí sólo tu corazón, sino también tu cosmos, tu alma. Tu cuerpo se volvió mi santuario, uno en el que he debido permanecer silencioso y empequeñecido para que entidades como Poseidón y el Shaman King no se percataran de mi presencia hasta que llegara el momento propicio.
Seiya se puso de pie en contra de sus deseos.  Con voluntad buscaba oponerse al dios, sin importarle que fuera destrozado por el esfuerzo.
— ¡¿Cuáles… son tus intenciones Hades?... No posees un reino, espectros, ni aliados… —preguntó, respirando con dificultad —. El mundo ha cambiado… ¡Y tú no tienes nada en él!
A través de tus ojos pude ver todo lo que les ha acontecido a los hombres en los últimos tiempos. Una nueva guerra santa se ha desatado, siendo los humanos la mano ejecutante; los dioses ignoraron mi advertencia y ahora existen más como tú que ponen en peligro nuestra divinidad.
Mi intención era esperar hasta que todos los bandos se destruyeran entre sí, eliminar a los vencedores e iniciar mi renacimiento. Pero mi despertar se ha adelantado gracias a tu elección, Pegaso. A pesar de las molestias que me he tomado por mantenerte a salvo y fuera de cualquier adversidad tú siempre estás buscando tu propia destrucción. Ahora, la sangre de esta mujer será el sacrificio perfecto para iniciar con mi cruzada…
Ante las palabras de Hades ya emergentes de la boca del santo de Pegaso, la sangre alrededor de Elphaba comenzó a deslizarse por el suelo, subiendo por los pies de Seiya hasta llegar a su cabello, el cual se tornó del color de la oscuridad.



Capítulo 62
Lealtad.

Asis de Sagitario miró con desconfianza a aquel que se veía como Seiya de Pegaso, o cuando menos una versión ensombrecida del renombrado santo.
Seiya sostuvo su mirada sólo un segundo para después dirigirla hacia el Templo del Patriarca. Sagitario lo notó, tomándolo como un mal presagio.
— Tú no eres el santo de Pegaso —sentenció para atraer su atención—. ¿Quién eres?
Seiya volvió a mirarlo antes de responder con brevedad —: Sólo en cuerpo.
— Así que Pegaso ha caído víctima de la maldición —Asis dedujo al escuchar una voz diferente saliendo de la boca de Seiya.
¿Cómo osas confundirme con uno de los impuros esbirros de Nyx?Pegaso cuestionó con claro desagrado, empleando su velocidad para aparecer al final de las escalinatas junto a Asis, quien se sobresaltó—. Ningún humano debe estar por encima de mi vista —murmuró instantes antes de que sus ojos destellaran en un resplandor rojo.
Sagitario sintió el impacto de una fuerza extraordinaria que lo despegó del suelo, siendo arrojado escaleras abajo.
El santo de oro se sobrepuso con agilidad, perturbado por lo que acababa de pasar. Había sido capaz de vencer a un heraldo del Olimpo gracias al despertar de su nueva cloth, ¿qué clase de adversario era el que había poseído al santo de Pegaso para que lo sorprendiera de esa manera?
Posees una armadura celestial, ¿por qué?Seiya se preguntó al verlo detenidamente—. ¿Acaso Atena volvió a cometer el infame error de derramar su sangre para fortalecer a las huestes humanas?
— No sé de qué diablos estás hablando, pero intuyo que no tienes buenas intenciones al venir aquí.
¿No lo puedes descifrar? Sin importar mi posición actual mi deseo sigue siendo el mismo, seré yo quien termine con estos infames conflictos de una vez por todas.
— ¿Qué dices? —Sagitario pestañeó con incredulidad.
Los dioses se han rendido a las falsas promesas de los hombres, ¿y qué es lo que ustedes han hecho? Aprovecharse de su credulidad para eliminar a cuantos les ha sido posibleSeiya espetó.
Por su forma de hablar… y este cosmos… ¿Acaso... acaso él es…? —Asis pensó para después completar en voz alta —: ¿Eres un dios? ¡¿Cómo es posible?!
Sin mostrar emoción alguna el dios respondió —: Si te cuesta creerlo te lo haré entender del único modo que los santos de Atena comprenden las cosas. —sus ojos volvieron a destellar, liberando una ráfaga invisible que esta vez Asis logró resistir con la viveza de su propio cosmos. Pese al esfuerzo el santo terminó siendo empujado hacia el mural que conmemoraba a los doces santos dorados que dieron sus vidas frente al Muro de los Lamentos.
El cuerpo de Sagitario quedó empotrado en medio del muro, logrando despegarse a tiempo para eludir un segundo ataque que hizo explotar la obra de manera violenta.
Desplazándose entre los pedazos que volaron en todas direcciones, Asis atacó al estoico Seiya en la cabeza.
Para sorpresa del santo, Seiya atrapó su mano a pocos centímetros de su rostro, iniciando un duelo de fuerza por el que el dios no mostró sobreesfuerzo alguno.
En el pasado los subestimé y por ello fui derrotado —musitó la deidad al utilizar su mano libre para generar una esfera escarlata que impactó contra el estómago de Sagitario—. Lo perdí todo… No volveré a cometer ese error.
La pequeña esfera se introdujo en el cuerpo de Asis, quien salió despedido hacia el cielo por el impacto inicial, mas no todo terminó allí, la diminuta luz roja liberó una  explosión cósmica dentro de su cuerpo, siendo sus residuos  los que emergieron de entre sus poros como llamas rojas.
El dolor fue abismal, por lo que no fue capaz de contener el grito que lo acompañó todo su descenso a tierra, donde cayó de cabeza como un cometa escarlata. Aún consciente, pero muy lastimado, el santo de Sagitario giró pecho a tierra y luchó por reincorporarse, dejando que el casco cayera de su cabeza.
Su armadura estaba intacta, pero bajo ella sentía su cuerpo desgarrado y sangrante. Por un momento pensó en que la situación no podía complicarse más, pero se equivocó cuando escuchó una voz conocida.

— ¡Señor Asis!— Siendo el inoportuno Arun quien había salido del Templo del Patriarca  en el momento justo en que el santo de Sagitario fue atacado por el sombrío dios.
— ¡Lárgate de aquí, ahora! —Asis exclamó con todas sus fuerzas, esperando que su furia lo ahuyentara y le hiciera entender al chico que había cometido  una gran estupidez.
Arrastrada al sitio por el insensato movimiento de Arun, Shunrei apareció para abrazarlo en un intento por llevarlo al resguardo, pero ya era tarde, Seiya se volvió y miró al individuo que en principio buscaba.
Arun quedó paralizado de la impresión, de alguna manera mirar dentro de ese par de ojos oscuros le permitió predecir las siniestras intenciones de Hades.
Hilda de Polaris apareció presurosa junto a Shunrei, en su gesto había una mezcla de confusión y horror, pues momentos atrás percibió un cosmos que sólo podía pertenecer a su hijo Syd, pero al llegar allí sólo se encontró con el oscuro santo de Pegaso, de cuya presencia caótica vislumbraba vestigios del cosmos del príncipe asgardiano.
Los ocho shamanes que acudieron a auxiliar al Santuario, acompañaron a la sacerdotisa de Odín para ser testigos de lo que acontecía. Para sus sentidos muchas cosas eran un enigma, pero la clara peligrosidad de la situación los hizo dudar de si serían o no capaces de defender a los presentes.
— ¿Por qué tú…? —Hilda intentó encontrar la pregunta apropiada, por lo que guiada por sus instintos cuestionó enfurecida —: ¡¿Qué es lo que le hiciste a mi hijo?!
La entidad la contempló un instante antes de responder—: Con mis actuales limitaciones no seré capaz de salvar este mundo e imponer el orden que necesita —explicó, volviéndose hacia los indefensos humanos—. Debo recobrar mi autentica esencia… ¿Quién diría que las actividades encubiertas de Apolo me ayudarían a descubrir un método por el que podré  recuperar mi magnificencia? La fuerza de otros dioses me permitirá regresar a ser como era antes. ¡Yo, Hades, genuino dios del Inframundo, resurgiré! —clamó con el rostro impasible—. Ahora. —Sus ojos volvieron a brillar e hicieron que el cuerpo de Arun flotara  un poco, con la intención de atraerlo hacia él.

Asis logró ponerse de pie, ya estaba por impulsarse hacia el autodenominado Hades cuando un sonoro rugido detuvo toda acción de los allí reunidos.
El aullido retumbó de tal forma que cualquiera pensaría que el cielo se rompería y se desplomaría sobre ellos.
Los mismos cimientos del Santuario temblaron cuando el inmóvil coloso de oro que protegía Grecia repentinamente lanzó un gruñido de advertencia. La entidad que sólo había mostrado un rostro sin facciones y que permaneció como silencioso espectador de todo, finalmente mostró unas grandes fauces de las que liberó un aullante soplido de guerra, sabiéndose Hades blanco de su ira.

¡Oh no, no puedes! —el shaman Kenta gritó, preocupado al ver la reacción del espíritu de la Tierra.
Por su inmensidad, el espíritu se vio limitado a controlar la tierra y roca de la montaña para atacar al dios, de otra manera cualquier movimiento de su cuerpo terminaría por destrozar el Santuario de un sólo manotazo.
Estalagmitas nacieron del suelo con una potencia descomunal, mas para Hades fue fácil eludirlas al ascender al cielo, desde donde contempló sin miedo alguno al entrometido coloso.
¿Te atreves a retarme, o es que tu maestro te lo ha ordenado?Hades inquirió, sabiendo que aquello era una manifestación viviente de uno de los seis espíritus sagrados de este mundo, una extensión de la misma gran madre Gea que dejó en posesión de los débiles humanos.
El retador coloso no se amedrentó y lanzó un potente rayo de energía blanca por la boca hacia el dios.
Los ojos de Hades destellaron antes de ser alcanzado por la devastadora corriente, creando un escudo que lo protegió de cualquier daño.
Me has permitido ver que no eres un simple gigante, percibo una fuerza divina en ti… sería un desperdicio el destruirte, por lo que sólo tomaré tu esencia y la haré mía para fortalecerme —le advirtió, a lo que el titán sólo frunció el entrecejo con evidente disgusto.
Antes de que Hades ejecutara cualquier movimiento, vio que siete siluetas voladoras se interpusieron en su camino y lo rodearon, siendo una octava la que pasó de largo para aproximarse al rostro del testarudo espíritu con el que pareció discutir.

Hades miró a los shamanes que volaban gracias a las posesiones espirituales que mantenían. Ninguno de ellos presentaba un peligro para él.
Shamanes… los de su clase son el tipo de seres humanos que más desprecio —musitó al ver que tramaban atacarlo con armas espirituales.
Se atreven a pensar que pueden manipular a la muerte, engañarla, someterla y tomar de mi reino las almas de los caídos para compensar sus propias debilidades… Qué ilusos al creer que tienen más influencia que yo sobre los condenados.
Dos shamanes decidieron atacarlo por la espalda, mas cuando los ojos de Hades destellaron ambos perdieron todas sus posesiones espirituales, precipitándose a una caída que claramente los mataría. Una compañera se lanzó en su auxilio, sucediéndole lo mismo que a aquellos que intentó salvar.
Los guerreros shamanes sabían que no tendrían ninguna oportunidad, pero debían proteger al espíritu de la Tierra incluso a costa de sus propias vidas.
Hades ni siquiera se movió cuando los cuatro restantes lo atacaron; manipuló a los fieles espíritus de cada shaman para que estos mismos los obligaran a quitarse la vida, por lo que al mismo tiempo los cuatro hombres se abrieron el estómago ante el dios del Inframundo, cayendo irremediablemente al vacío.

El Oficial Kenta intentaba hacer entrar en razón al titán, pero él no tenía ningún poder sobre la sagrada entidad más que el intentar apelar a su conciencia, algo inútil considerando que el espíritu quería luchar.
El Oficial se giró al escuchar a sus compañeros morir, viendo que Hades se aproximaba. En medio de ambas entidades era claro que Kenta terminaría aplastado por ese par de titanes, pero el destino todavía tenía otros planes para él.

Después de haber salvado a los tres shamanes que cayeron al perder sus posesiones, Asis de Sagitario voló a toda velocidad hacia Hades, metiendo sus brazos por debajo de los hombros del dios para llevarlo lejos en un intento de alejarlo del Santuario y sobre todo del gigante.
¡No permitas que lo destruya! —fue lo que le suplicó una de las mujeres que salvó al dejarla en el suelo—. ¡No dejes que lo devore!

El espíritu comenzó a moverse en un obvio intento por perseguir a los guerreros, mas en cuanto escuchó un sonido muy familiar terminó por quedarse quieto, después de un involuntario y peculiar sobresalto.
Kenta también lo oyó, el sonido de unas cuentas chocando entre sí con una extraordinaria claridad, como si alguien estuviera meciendo un rosario justo contra su oreja.
Shunrei, Hilda y Arun lo escucharon de igual forma, mirando escaleras abajo del templo por donde dos personas estaban subiendo.
El de atrás era un Oficial, evidente por su ropa tribal, la máscara metálica en su rostro y la placa que colgaba de su pecho. Éste parecía ser la escolta de la mujer que subía los peldaños calzando zapatillas de tacón alto.
— Al fin, parece que llegamos a la cima —dijo la acalorada mujer de largo cabello rubio cuando llegó a la explanada.
Shunrei e Hilda la miraron con extrañeza, sin saber qué decir, mucho menos cuando ésta se giró hacia ellos. Ella llevaba puestas unas gafas oscuras para el sol, por lo que su mirada quedaba en el misterio.
¿Acaso era una shaman? Pensaron por venir acompañada de un Oficial, pero al verla vestida con ese sencillo vestido negro de tirantes que le llegaba hasta la pantorrilla y la estola azul con bordados dorados rodeando su cuello, no parecía serlo…
Lo más insólito para ambas era que ella traía consigo un bebé durmiente en una cangurera que colgaba contra su pecho.
Al parecer Arun fue el único que se percató de que la enigmática mujer sujetaba en una de sus manos un largo rosario de cuentas transparentes, el origen de los sonidos que atraparon la atención de todos.
— Y justo a tiempo —completó ella, sacudiendo el rosario que sostenía.
La rubia giró hacia donde el espíritu de la Tierra sabía que la observaba—. Oye tú —le habló pese a la distancia—, si viniste aquí era para proteger, no para causar alboroto. Tu trabajo terminó, ¿no lo sabías? Regresa a tu lugar, ahora —ordenó.
El gigante pareció cohibirse como un niño asustado ante una figura de autoridad. Pese a su inmensidad y ferocidad, había mucho que compartía con su padre, entre esas cosas era el respeto y absoluto terror hacia su madre.
El Espíritu de la Tierra dudó unos instantes, como si fuera a atreverse a replicar, mas cuando la mujer rubia sacudió con fuerza el rosario, el sonido que desencadenó simuló el de un despiadado látigo que le recordó quién era la que mandaba, sintiéndose obligado a obedecer sin más.
De un instante a otro el coloso comenzó a desmoronarse en inofensivas pizcas de tierra, las cuales se dispersaron en el aire para volver a ser parte de las montañas, dejando a la sacerdotisa de Odín y a la esposa del Patriarca sorprendidas ante el poder de convencimiento que poseía la misteriosa mujer.

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Cielo sobre el Mar Mediterráneo.

Albert fue abatido por el cosmos de Shiryu de Dragón, rompiendo su zohar y magullando su cuerpo con gravedad. Mientras caía en dirección al mar, pensó por un momento que todo terminaría allí, pues comprobó que la fuerza del Patriarca era algo que no podría superar, después de todo ese era el poder que es capaz de oponerse al de los dioses… Pero ese fugaz y derrotista pensamiento se borró de su mente por un agudo dolor de cabeza. Albert palpó con desesperación su frente, como si intentara extinguir las flamas azules que ardían sobre el símbolo marcado en ella.
¡No! ¡Esto no ha terminado! —se dijo a sí mismo, volviendo a despertar su cosmos y así frenar su caída a pocos centímetros de zambullirse en el océano.
— No lo acepto… no acepto ser derrotado de esta manera —murmuró, mirando con odio al santo del Dragón, quien aguardaba en las alturas.

Shiryu detuvo cualquier ofensiva, no por piedad, sino porque sus sentidos se percataron de una terrible presencia proveniente del Santuario. Al principio lo detectó como una nueva amenaza, mas rápidamente fue invadido por un espantoso déjà vu. — Este cosmos es… No puede ser, ¡es imposible! —clamó, alarmado al reconocer la presencia de Hades, dios del Inframundo, a quien él y sus hermanos enfrentaron en el pasado.
Ante el enigma, Shiryu estuvo a punto de marcharse, olvidándose por completo de su actual contrincante.
— ¡No te atrevas a darme la espalda! —Albert gritó —. ¡Esto no ha terminado!
Shiryu giró sólo el rostro hacia donde sabía se encontraba el Patrono. — Albert, ¿acaso no lo percibes? Hay un gran peligro cerniéndose sobre el Santuario, uno que jamás pudimos prever y que nos pone en un terrible riesgo a todos… Si aún una parte de ti genuinamente se preocupa por sus habitantes es momento de demostrarlo. Abandona tu inútil cruzada, es la última oportunidad que te doy… ¡Reacciona de una maldita vez! —advirtió con un gesto casi suplicante.
El Patrono también sentía el gran cosmos proveniente de Grecia y entendía la peligrosidad del mismo, mas el dolor en su cabeza lo llevó a decir —: No tienes por qué temerle, yo mismo erradicaré todo mal de este mundo. —Sonrió de manera siniestra, sin que su cosmos dorado se debilitara.
Rodeado por un brillante cosmos, el cuerpo de Albert se ensombreció por completo, volviéndose una autentica sombra de la que sólo la blancura de sus ojos y dentadura se mantuvieron tal cual. En su oscura silueta se proyectó el paso de las estrellas, nebulosas y galaxias a gran velocidad sólo para desaparecer en la oscuridad de su ser, entonces comenzó—: Galactic extinction! (¡Extinción galáctica!)

Shiryu entendió la gravedad de tal poder cuando sintió que una fuerza extraordinaria estaba jalándolo hacia donde Albert se encontraba. Por los sonidos de su alrededor pudo saber que el agua del mar, el aire y cualquier materia cercana comenzó a ser succionada por la técnica del Patrono de Géminis, quien había llevado la Otra dimensión a un nivel monstruoso por el que su cuerpo se convirtió en un agujero negro que sería capaz de devorar el mundo entero si se lo proponía.
— ¡¿Qué es lo que intentas hacer?! —espetó Shiryu, resistiéndose a ser arrastrado por la fuerza del agujero negro—. ¡¿En verdad es tanto tu afán por vencerme que arriesgarás al mundo entero sólo para conseguirlo?!
— No me malentiendas, esta no es una técnica suicida —aclaró son sorna—. El mundo sobrevivirá, sólo arrancaré de él todo organismo inútil de su faz—explicó mientras su sombra absorbía remolinos de agua y aire.
— En verdad que has perdido la razón… Sabes bien que no te dejaré hacer algo como eso. — Shiryu atacó sin miramientos —. Rozan Hyaku Ryu Ha! (¡Cien Dragones de Rozan!)
Albert extendió los brazos y permitió que los dragones se aproximaran, absorbiendo la energía del ataque con la que pudo aumentar la intensidad y alcance de su técnica, así como triplicar el tamaño de su propio cuerpo ennegrecido.
Shiryu se percató del incremento de aspiración cuando fragmentos de roca comenzaron a separarse de una isla cercana para acabar dentro del agujero negro, sabiendo que tenía pocos segundos para sellarlo antes de que ocasionara daños irreversibles.
Como si hubiera podido leer su mente, Albert añadió—: Si tanto te preocupa la seguridad del mundo, cruza este umbral voluntariamente. ¡Juro que lo cerraré una vez desaparezcas en la Otra dimensión! —el Patrono se mofó con un gesto demencial.
— Ojalá pudiera creerte —el santo dijo con tristeza, eligiendo su próxima acción.
— ¡Tú nunca has confiado en mí! — Albert reprochó con resentimiento—. ¡Ni como tu discípulo, ni como tu aliado! ¡Siendo ahora  tu enemigo no esperaba menos de ti!
Escondiendo la aflicción que le causaban las palabras de aquel que entrenó como a un hijo, Shiryu se alistó para realizar un último ataque.— Mis errores contigo los pagaré en el futuro… Ahora es tiempo de que tú pagues los tuyos, Patrono.
El santo de Dragón se lanzó a toda velocidad hacia Albert, quien intensificó su cosmos, distorsionando más la realidad a su alrededor  con lo que esperaba capturar a su enemigo y aplastarlo.
¡Excalibur! — El brazo del santo lanzó un golpe de espada que cortó más allá de las capas dimensionales, buscando la fuerza de origen que desenfrenó tanto caos… encontrándolo.

Los remolinos de agua, tierra y aire se desvanecieron de forma estruendosa, volviendo cada elemento a su sitio mientras que los sólidos cayeron en el mar.
El santo del Dragón mantuvo su brazo derecho rígido, pues había atravesado por completo el pecho del Patrono de Géminis, su mano cubierta de sangre emergía por la espalda del guerrero peliazul.
El entendimiento de Albert demoró pocos segundos en asimilarlo, pero cuando lo hizo apenas y le quedaban fuerzas como para sostener la cabeza. Se negó a mirar el rostro del Patriarca, quedando su mentón prácticamente sobre el hombro del que fue su mentor. Ambos guardaron silencio, en espera del último respiro quizá… mas Albert tenía una última cosa que hacer.
En un esfuerzo final, logró levantar la mano, tocando con su palma ensangrentada la cabeza del Patriarca. Shiryu se lo permitió al no percibir agresión en ello, por lo que pudo ver las imágenes que Albert proyectó en su mente y escuchar la voz de sus pensamientos.
Shiryu vio el momento en que Albert fue engañado por el Patrono Iblis y su intento por combatir a Avanish, mas el señor de los Patronos revirtió su técnica y fue el santo de Géminis quien terminó siendo esclavo de su propia maldición.
— Albert… entonces tú no… —Shiryu se sobrecogió, manteniendo su inmovilidad—. ¿Has vuelto a ser tú?
Agradezco que haya sido precisamente usted quien me haya derrotado —Albert le dijo a través de sus pensamientos. La marca que antes flameó en su frente terminó por extinguirse en cuanto su corazón fue destruido, dejando sólo una capa de piel quemada bajo el fleco de su cabello.
— Yo… No sabía… De haberlo sabido…
No se martirice por esto —Albert lo interrumpió—. Es lamentable que pese a mis esfuerzos, al final lo eché todo a perder—se lamentó, libre de rencores hacia su antiguo maestro—. Hice todo lo que alguna vez juré no haría… que Atena me perdone por todo lo que he causado…
— No fue tu culpa, estabas bajo la influencia de ese maldito hechizo —Shiryu dijo de manera comprensiva.
He ahí el problema, Patriarca… Todo lo que dije, todo lo que hice… es lo que estaba guardado en lo más profundo de mi ser. No hice nada que no deseara… la marca borró todos mis temores e inhibiciones, sacó lo mucho que reprimía y negaba de mi mismo, torciéndolo y volviéndome el monstruo que siempre temí llegar a ser… Pese a que me daba cuenta de eso no podía detenerme… fui consciente de todo lo que hacía, pero no podía detenerme… En verdad lo siento. Todos tenían razón al dudar de mí… Al final no pude escapar de mi destino…
— Ya todo terminó —musitó Shiryu, abrazando contra sí a su antiguo pupilo, olvidando por un momento el tiempo y el espacio en el que vivían, trasladándose a viejos panoramas en el que el pequeño Albert se frustraba por sus propias carencias y debilidades durante su aprendizaje; la mayoría de las veces intentó consolarlo con palabras sabias y disciplina, pero en otras se permitió un acercamiento paternal como ese.
— No te preocupes más —le dijo con los ojos humedecidos, esperanzado de que si las palabras del guerrero eran ciertas, los dioses le darían un destino justo a su alma—. Deja el resto en mis manos, yo arreglaré todo, te lo prometo — siendo las últimas palabras que fueron escuchadas por el Albert Géminis en vida.

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Interior del Templo de Atena.

El humeante y carbonizado cuerpo de Adonisia de Piscis cayó de espaldas en cuanto el resplandor en el pecho de Shai de Virgo cesó.
Terario de Acuario se tambaleó un poco, terminando con una rodilla en el suelo mientras la cúpula de cristal dentro de la que se resguardó junto a sus compañeros se deshacía en copos de nieve. El pelirrojo tosió un poco de sangre, pero ver que las marcas azules en su piel desaparecían les permitió a los demás santos entender que había sido liberado del embrujo que sometía su voluntad.
Jack y Nauj le dieron su espacio, siendo el santo de Leo quien tuviera la urgencia de acercarse al espíritu de la amazona de Virgo.
— ¿Shai? —la llamó, a lo que el espíritu se giró lentamente hacia él.
Jack —ella pronunció su nombre con un gesto risueño.
— ¿Qué es lo que…? —Leo intentó hacer una pregunta adecuada, pero terminó diciendo—: Lo cierto es que no comprendo lo que pasó… ¿en verdad eres tú?
El espíritu asintió.— Soy yo… una proyección de mi alma cuando menos. Me alegra que estén a salvo.
Nauj avanzó hacia el cadáver de Adonisia, observándolo con cuidado. — Esta bruja sigue con vida —anunció con desagrado.
El ataque de Virgo no sólo había calcinado su cuerpo, sino también su mente, era evidente por sus ojos desviados y la saliva que salía de sus labios malformados. La mujer apenas respiraba mientras su cuerpo temblaba de manera errática, como si hubiera olvidado cómo funcionaba cada parte del mismo.
No por mucho, sólo lo suficiente para que nos encarguemos de un par de cosas —Shai se elevó aún más en el aire, abriendo los brazos sobre los que su cosmos dibujó enormes alas en el firmamento, dándole la apariencia de una autentica divinidad—. Formo parte de este lugar, mas es su vida la que lo mantiene en balance —explicó—. Adonisia nunca dejó de tener una influencia mayor sobre su invernadero, pero pude actuar gracias a la energía que tomé de los espíritus que están cautivos aquí, de lo contrario no habría podido hacer nada por ustedes. —Con solemnidad la amazona juntó las manos por encima de su cabeza—. De haber recibido el entrenamiento adecuado, Piscis se habría dado cuenta de que aprisionó las almas de todas sus víctimas en este lugar, por lo que al formar parte de ellos pude tomarlo como una ventaja. Empleé esa energía para impedir que Terario siguiera siendo su marioneta, y el resto en una técnica cuyo alcance depende de los pecados existentes en el corazón y alma del enemigo a vencer, por eso fue tan devastadora para ella...
Los santos notaron cómo es que del centro de algunas rosas pequeñas esferas luminosas comenzaron a aparecer, para tímidamente iniciar su ascenso hacia el cielo.
De no ser por el poder de estas pobres almas, seguramente todos seríamos parte de este infierno. Cumpliré la promesa que les hice, gracias por todo. Ahora, sean libres —dijo a los espíritus luminosos.
Las numerosas almas se animaron unas a otras a seguir el camino que sentían debían seguir. Después de años de ser prisioneras, la recompensa a su sufrimiento había llegado de la mano de lo que para ellos era una diosa.
Los santos dorados se mantuvieron inmóviles para no entrometerse con el ascenso de las esferas de luz, la mayoría de ellas silenciosas, pero de otras se llegaban a escuchar risitas y hasta agradecimientos.
Todas y cada una subieron al cielo azul de aquella dimensión y desaparecieron de la vista de los presentes.

Shai descendió hacia Terario, quien apenas y se estaba poniendo de pie. Aunque había permaneció inconsciente la mayoría del tiempo, el santo de Acuario de alguna manera entendía lo que había pasado, y más importante, que era libre gracias a la amazona de Virgo, cuya voz era la única que ahora podía escuchar.
Toma esto —dijo ella. Del suelo, una rosa blanca se alzó en el aire, desfloreciéndose ante Terario hasta quedar sólo una semilla roja—. Sé lo que Adonisia le hizo a tu amiga, por lo que no te preocupes, aún hay tiempo para ella, sólo asegúrate de que trague esto.
El santo de Acuario tomó la semilla sin pensarlo dos veces. Asintiendo con agradecimiento.
— Ya sólo queda una última cosa que hacer aquí —Shai dijo, mirando a sus camaradas para después señalar el capullo que, pese a la distancia, era fácil de ubicar pues ya había comenzado a expulsar un espeso vapor rojo—. En mi condición soy incapaz de hacerlo yo misma, por lo que deben ser ustedes quienes terminen con esta pesadilla.
— No estarás diciendo que… —Jack no pudo terminar su frase.
Shai asintió.— Aunque Adonisia muera, ese capullo infernal no lo hará con ella y no desaparecerá cuando este invernadero sucumba. Es mi corazón y sangre lo que le da vida, nos volvimos un solo ser, por lo que deben destruirnos antes de que libere el veneno que ha llegado a niveles tóxicos muy elevados —explicó con pesar—. Si se acercan ahora, de seguro morirán.
— No —se negó Jack.
No hay otra manera —Shai aseguró.
— Debe haberla —el santo Leo insistió—. Debe existir una forma en que podamos salvarte.
Adonisia es la única capaz de controlar su crecimiento, ella morirá pronto. Cuando eso pase esta dimensión desaparecerá y esa monstruosidad estará en nuestro mundo. ¿Deseas eso? ¡¿Qué germine allí?! ¡No, yo no quiero! —exclamó, desesperada—. ¡No deseo traer más mal al Santuario! ¡No después de que lo que tuve que hacer a causa de los Patronos…! Por favor, ustedes son santos de Atena, deben proteger el Santuario a toda costa de cualquier calamidad.
El santo de Leo miró el suelo apesadumbrado. Nauj cerró los ojos y rogó para que el cabeza hueca entendiera que no existía alternativa, por muy cruel que fuera. Terario guardó silencio, tomando una decisión él mismo.
Se los ruego… De cualquier forma mi vida ha terminado, mi cuerpo ha sido degenerado a un nivel irreparable, no hay nada que pueda hacerse. ¡Por lo que me niego a convertirme en una plaga que acabe con la vida de otros! ¡Por favor, permítanme cumplir con mi deber, protegerlos aún si con ello debo sacrificar mi vida!  —suplicó, antes de soltar un quejido y su cuerpo se encorvara como si hubiera sido golpeada en el estómago.
El espíritu de Shai se desvaneció sin explicación alguna, alertando a los presentes de un inconveniente.
Nauj rápidamente miró hacia sus pies, donde pudo ver a Adonisia estirando la mano en dirección al capullo rojo. Desde el suelo la mujer le dedicó una sonrisa y mirada perturbadora. —Mi último regalo— ella sentenció, mas antes de que el santo pudiera hacerle algo, con sus propias uñas se degolló la garganta para adelantar su muerte.
Sin la fuerza de las otras almas para mantener su voluntad, Shai volvió a su cruel condición, la de una rosa más que seguía la voz de su señora, y en su cabeza sólo una orden resonó —: Florece para mí, Muerte Roja.

— ¡Maldita sea! —bramó el santo de Libra al ver morir a la amazona y que inmediatamente la dimensión se empequeñeciera, regresando a ser sólo el interior del Templo de Atena.
Los tres santos miraron hacia el altar donde el capullo se perdió entre la espesa bruma roja que expulsó con un potente soplido.
Los tres retrocedieron por instinto, mas al saber que no podían sólo huir Nauj fue el primero en concentrarse para expulsar su cosmos y generar un campo de energía con el que pudo encerrar el veneno carmesí y su fuente.
Jack le prestó su fuerza y lo imitó, reforzando los muros que contendrían la hecatombe.
— ¡Debimos actuar antes! —Libra recriminó, intentando mantener el control.
Jack mantuvo silencio, recayendo en él la culpa, por lo que con ahínco empleó lo que le restaba de poder para fortalecer la barrera.
El vapor rojo se densificó tanto que nada podía verse dentro de éste. Nauj pensó en una o dos formas de tratar el problema, pero ninguna evitaría que el veneno liberado se propagara.
Jack se sorprendió cuando Terario le sujetó la mano y colocó en ella la semilla dorada que había obtenido de Shai. — En las habitaciones del Templo de Acuario hay una mujer cuya vida depende de si come o no esto —explicó con brevedad.
Leo lo miró confundido, pero cerró su mano para salvaguardar la pequeña semilla.
— Por favor, llévasela cuando esto termine —pidió, dándose vuelta, posicionándose en un punto distante de la barrera—. Déjenme entrar —Acuario pidió, para sobresalto de los otros santos.
— ¡¿Te has vuelto loco?! —Libra inquirió, olvidando que Acuario había perdido el oído hace tiempo.
Terario adivinó sus palabras sólo viendo su rostro furioso, por lo que añadió—: Una abertura, sólo un instante. Ciérrenla de inmediato, yo me encargaré de esto.
— ¡Es un suicido! ¡Debo ser yo quien lo haga! —espetó Jack, imaginando las intenciones de Acuario.
— Ninguno de los dos podrá neutralizar debidamente la fuente de este mal. Confíen en mí, cumpliré el deseo de Virgo, el Santuario no sufrirá a causa de esta abominación —pidió sin mirarlos, sólo aguardando a que cumplieran su petición —. Deprisa, no podrán contener esto por siempre.
Libra y Leo se miraron un instante, decididos a confiar en Terario.

Fue menos de un segundo lo que esa delgada brecha se abrió, y en menos tiempo Terario de Acuario entró, confiando en su cosmos y la capacidad de su aire frío para permitirle tal cruzada. En el interior de aquella zona se prohibió el respirar, sencillo para quien nadó kilómetros bajo los casquetes polares sin perder el aliento desde que era un niño, sin embargo, el ambiente de muerte era pesado de sobrellevar, por lo que ejerció toda la fuerza que tenía para avanzar.
Tuvo que hacerlo despacio, pues la corriente que arremolinaba el vapor encerrado le impedía caminar a prisa. Sus pies tocaron unos restos, sin duda los de Adonisia, los cuales ya eran huesos sin carne tras haber estado en contacto con el vapor venenoso por pocos segundos, y seguían deteriorándose.
Los malestares lo asaltaron a medio camino, sintiendo que comenzaron a sangrarle los ojos y las encías, pero eso no hizo más que fortalecer el escudo con el que su cosmos y aire frío le permitieron avanzar dentro de la Muerte Roja, sabiendo que debía reservar la energía suficiente para el final del camino.
En los escalones del templo, gruesas ramas con espinas se clavaban al suelo, palpitando como si fueran un corazón; de las filosas puntas goteaba agua escarlata, la cual ha ido acumulándose hasta formar un largo charco de veneno infernal que se extendía cada vez más rápido.
Terario subió los peldaños hacia el pedestal, encontrándose con un impactante escenario en el que el gran capullo había florecido, mostrando sus hermosos y brillantes pétalos carmesís, y de su centro emergía el escultural cuerpo de la amazona de Virgo. El torso femenino se estremecía en espasmos continuos, reflejo de la posible lucha por liberarse, más jamás lo lograría, no ahora que sus piernas y brazos se habían fundido con los pétalos de la maligna flor, formando una sola entidad. Su cabello ahora escarlata bailaba frenético por el movimiento del veneno que ella misma desprendía, su piel se había tornado del mismo color rojo sangre de la rosa a la que estaba unida, sus ojos estaban blancos y vacíos cual perlas y de su boca abierta emergía continuamente una gran cantidad de vapor marrón por el que mantenía un gesto de tormento eterno.
Al santo de Acuario le costó creer que la mujer que momentos atrás se mostró como un ángel de luz que guió las almas al descanso eterno, ahora se encontraba transformada en un demonio del Hades que vomitaba una plaga mortal en el mundo. Sus emociones lo golpearon un segundo, pero tal visión lo motivó a terminar con esa mentira, y darle a la guerrera la apariencia que en verdad merecía.
Extendió sus brazos y colocó sus manos sobre las mejillas de lo que alguna vez fue Shai de Virgo y sobre ellos dejó su cosmos arder.

Visiblemente exhaustos, Libra y Leo continuaron entregando su energía vital para mantener la nube de veneno en su lugar, pero segundo a segundo sentían que los esfuerzos por reprimir su avance sólo incrementaban su fuerza y anhelo por estallar.
Ambos sintieron el cosmos de Acuario llegar al infinito y colisionar contra el de Virgo que se defendió con la misma intensidad, mas el vapor rojo impedía ver la situación que vivían. Libra y Leo se esforzaron aún más, pues no deseaban que el sacrificio de sus compañeros resultara en vano. Además, la batalla cósmica que libraban sólo hizo más difícil mantener estable el muro de contención.
Nauj pegó las rodillas al suelo, jadeando, mientras Jack buscaba algo de fuerza a la que pudiera aferrarse para no caer desmayado. Para ambos las batallas habían sido intensas y sus cuerpos ya no podían más, sólo sus cosmos los mantenían conscientes.
Entre parpadeos, el santo de Leo vio un copo blanco viajando entre el vapor rojo, y a los segundos le siguieron más.
— ¡Nauj, mira!— intentó despabilar a su compañero, pero éste apenas y se concentraba en no perder el sentido, pedirle otra cosa era imprudente.
Poco a poco, el interior de la barrera se vio repleta de una ventisca de nieve en vez de una tormenta carmesí. La bruma escarlata fue desvaneciéndose, conforme ganaba una tonalidad clara y el cosmos de Virgo desaparecía.
En cuanto el choque de poderes cesó y no hubo vestigios del veneno rojo, Nauj apoyó las manos en el suelo para descansar y recobrar el aliento, mientras que Jack logró mantenerse de pie, tambaleándose al borde del desmayo, pero se negó a caer en la inconsciencia, tenía que ver lo sucedido, el milagro que Terario de Acuario logró.

Entró a la zona invernal, resintiendo el intenso frío, mas sobreponiéndose al distinguir a Terario de pie entre la neblina blanca. Estaba de espaldas, mirando hacia el pedestal de la diosa con una firmeza ejemplar, pero de un instante a otro se descompensó, viniéndose abajo. Leo logró aminorar su caída, ayudándolo a sentarse en el suelo cubierto de nieve.
El santo de Acuario estaba completamente helado, su armadura congelada, su cabello cenizo y su piel azulada, pero aún se movía y sus respiraciones marcadas por el vapor que emergía de sus labios y nariz, eran una señal esperanzadora. Terario mantuvo los ojos cerrados, sintiendo la tranquilidad de que había logrado su propósito y un compañero confiable tenía lo necesario para salvar la vida de Natasha.

Entonces, Jack pudo ver la maravilla que ahora se erigía en los aposentos de Atena, una majestuosa rosa de hielo dentro de la que el cuerpo inmaculado de una ninfa descansaría por toda la eternidad.
Jack se conmovió por el rostro durmiente de la bella doncella de hielo, el cual transmitía una paz indescriptible, reflejo de su satisfacción por haber cumplido con su deber como una guerrera de Atena hasta el final y su eterno agradecimiento hacia a aquel que logró cumplir su último deseo.

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En algún lugar del espacio y el tiempo.

Ángeles y marinos miraron a Atlas, santo de Aries y antiguo rey de la Atlántida. Los heraldos de Apolo perdieron todo interés en los heridos marines shoguns, sabiendo que el nuevo adversario poseía un poder y renombre mayor.
Rápidamente formaron una fila horizontal al pie de la escalinata que conducía al palacio de la ciudadela, desde donde Atlas los observaba con un gesto sereno.
El rey Atlas en persona —saludó con irónica propiedad el ángel de nombre Admeto—. A diferencia de estos mortales, tu nombre te precede santo de Aries…
Vuestros nombres también merecen consideración, por lo que sólo os lo diré una vez: abandonen el reino de Poseidón o afronten las consecuencias —advirtió con voz pasiva.
Qué pretencioso, cree que tiene el poder para enfrentarnos a nosotros cuatro —rió Castalia, apuntándole con el dedo—. Aunque poseas la sangre de un Olímpico eres un guerrero incompleto, un solo brazo no te bastará para detenernos.
No estoy solo —Atlas corrigió sin cambiar el tono de voz, mirando por encima de los ángeles y cruzando miradas con Enoc, Sorrento, Caribdis y Nihil.
¿Ellos? —cuestionó Admeto sin voltear hacia los abatidos marines shoguns—. Si crees que te serán de utilidad creo que en verdad estás desesperado —sonrió—. Pero me intriga que seas justamente tú quien se interponga en nuestro camino, después de lo que Poseidón te ha hecho…
Mancillar mi pasado no os servirá, ángel— lo interrumpió de inmediato—. Lo único que importa en este momento es vuestra decisión, pues la mía es confiar en los guerreros de la Atlántida. Creeré en ellos tanto como su Emperador lo hace.
Los enterraremos a todos juntos entonces —musitó Admeto al dar una discreta señal con el mentón.
A gran velocidad Admeto, Castalia y Arctos rodearon a Atlas de Aries, atacándolo al mismo tiempo con sus cosmos. El santo sólo tuvo que saltar para evadir la sonora explosión. Entre el humo emergió Castalia quien intentó capturarlo con sus tentáculos de agua, mas el semidiós los destruyó con descargas de cosmos dorado.
El alto Arctos apareció a su flanco izquierdo lanzándole poderosos golpes que logró bloquear con su único brazo.  Admeto se unió al intercambio de ataques, quedando impresionado por el que el Atlas lograra defenderse de ambos al emplear también la agilidad y fuerza que había en sus piernas.
De un certero puñetazo y un tremendo puntapié, el santo de Aries empujó a los dos ángeles hacia extremos opuestos, justo a tiempo para que Castalia lo aprisionara en una gran esfera de agua.
¡Qué molesto eres! —renegó la fémina, esperando asesinarlo del mismo modo que a Behula de Chrysaor, pero su oponente era hijo de Poseidón, no existía fuerza acuática que pudiera doblegarlo.
Atlas sopló dentro de la burbuja de agua y ésta se transformó en un torrente feroz que se disparó hacia Castalia. El ángel movió con desesperación las manos para cristalizar el agua y evitar el impacto.

En el suelo, los marines shoguns miraban asombrados cómo el santo de Aries combatía a los tres emisarios del Olimpo, siendo algo realmente humillante para sus espíritus.
El cuarto ángel llamado Céfiro no acompañó al resto de sus semejantes ya que tenía otra encomienda: eliminar a los marines shoguns, sólo después podría unirse a la batalla.
Enoc lo miró a los ojos adivinando su intención, por lo que impulsado por el coraje y su orgullo atacó al guerrero enmascarado primero que nadie.
¡Cataclismo marino! —gritó, lanzando su rugiente cosmos en forma de un maremoto que golpeó al enemigo.
La figura de Céfiro desapareció entre la fuerza demoledora que destruyó numerosos edificios de la ciudadela, mas en cuanto el maremoto se aplacó volvió a materializarse sin ninguna clase de herida.
Antes de que Enoc se lanzara al ataque directo, Sorrento y Caribdis le impidieron el paso para advertirle—: ¡Eso no servirá contra él, Enoc! —Siendo Sorrento el más preocupado.
— ¿Entonces qué lo hará? —cuestionó molesto.
La respuesta llegó tras un sonoro latigazo cuando Nihil de Lymnades golpeó al ángel con su ataque de fuego.
Céfiro, acostumbrado a que sin importar quién lo atacara nada lo lastimaba, se permitió ser alcanzado por aquello que pensó sólo lo atravesaría sin más, pero cuando sintió el impacto en su espalda se dobló de dolor. Sus ojos brillaron con desconcierto e incredulidad, girando rápidamente hacia donde el marine shogun que le había provocado tal sensación estaba de pie. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez pudo sentir dolor? Tanto como para olvidar lo que era el tacto, por lo que no sabía si agradecerle a su enemigo o enfurecerse con él, siendo esa duda lo que lo mantuvo inmóvil por unos segundos.
Sabiéndose blanco del ángel, Nihil se alistó para contraatacar con el látigo de fuego.
Céfiro estuvo tentado a recibir más de aquellos golpes por gusto, pero rápidamente apartó esos pensamientos banales y se impulsó a terminar con Lymnades.
Aun con las manos casi deshechas, Sorrento pudo poner la flauta en su boca y tocó la melodía que debilitó al ángel antes de que lanzara su ataque, siendo lo que salvara a Nihil de terminar destrozado en el suelo. El marine shogun sólo salió despedido hacia el cielo nocturno, cayendo pesadamente contra el suelo con la scale fracturada y aparentemente inconsciente.
La música molestó a Céfiro, por lo que se giró de inmediato hacia el origen de ésta. Señaló a Sorrento justo antes de desaparecer de la vista de los tres guerreros.
Adivinando el movimiento del enmascarado, Caribdis desplegó su aire tormentoso, sirviendo como barrera que el ángel no pudo pasar con facilidad. Céfiro se vio frenado unos instantes, mas poco a poco se abría camino hacia el centro del huracán.
¿Aun afectado por la melodía de Sorrento tiene tanto poder? —pensó Enoc, abrumado—.  ¡Maldición!
Caribdis era consciente de que moriría si continuaba empleando su cosmos de esa forma, el Emperador se lo advirtió, y aun así se negó a abandonar la lucha. Suplicarle al Emperador que le brindara un poco de su poder, mismo que la ha mantenido con vida desde que escapó de la prisión submarina, no era una elección… pero entonces escuchó una voz en su mente.
Descendiente mía, si el dios del mar no puede brindarte su fuerza en estos momentos, permite que sea mi cosmos el que te sostenga y te brinde vitalidad para luchar.
Caribdis pestañeó extrañada, reconociendo la voz de Atlas de Aries, sintiendo el vínculo existente entre ambos al ser ella miembro de la dinastía maldita del primer rey de la Atlántida.
Caribdis de Scylla estaba confundida; ¿el aceptar la ayuda de Atlas significaría traicionar al Emperador Poseidón? En su indecisión, el ángel Céfiro se apropió de los vientos controlados por Scylla y los utilizó para atacar a los marines shoguns.
Caribdis saltó hacia el ángel decidida a servir de escudo. Recibió la mayor parte del daño, mas no evitó que Enoc y Sorrento fueran alcanzados por las ráfagas cortantes.
Sorrento no dejó de tocar, esperando que Dragón Marino actuara, por lo que fue golpeado por el cuerpo de Scylla cuando ésta salió disparada por el ataque. Ambos terminaron rodando lejos, quedando un poco sepultados bajo el último muro que derribaron a su paso.

Enoc concentró todo su cosmos al lanzarse contra Céfiro, aprovechando la oportunidad que le dio el marine shogun de Siren con su sinfonía.
¡Ira de Leviatán! —clamó, lanzando infinidad de golpes a la velocidad de la luz que golpearon violentamente al ángel.
Céfiro recibió las ráfagas, que dejaron rasgaduras en su manto sagrado y le abrieron heridas en la frente. Conmocionado por ver su sangre correr después de centurias, se dejó arrastrar por la brillante técnica, elevándose en el cielo hasta que recobró su auténtica fuerza. Libre de la maldición de Siren, el ángel se precipitó hacia Enoc, volviéndose un torbellino imparable.
El guerrero de Poseidón sólo tensó el cuerpo cuando el tornado lo engulló, cortando su armadura y carne. Para cuando Céfiro volvió a su apariencia humana, Enoc se tambaleaba, repleto de heridas sangrantes por todos lados. El marine shogun cayó de rodillas en un charco de sangre.
Si pudiera, Céfiro habría expresado asombro y alabado la resistencia del guerrero, pero el castigo del dios Apolo le privó de muchas capacidades, entre ellas la de hablar. Se acercó a Enoc alzando el brazo con el que pretendía decapitarlo.

Con las manos en el piso y a punto de fallecer, Enoc aún alcanzaba a escuchar la batalla librada por los otros ángeles y el santo de Aries en la lejanía. Levantó un poco la vista y contempló al atlante luchando contra tres heraldos de Apolo…
En vez de que el marine shogun se sintiera agradecido o en deuda por su intervención, Enoc estaba lleno de resentimiento… Aún le costaba creer que le debieran la vida del Emperador a un santo de Atena, sobre  todo a uno que traicionó a la Atlántida en la antigüedad. ¿Acaso ellos morirían y todo quedaría a manos de Atlas de Aries? ¿Es eso lo que tenía que pasar? ¡No! Se juró a sí mismo que los marines shoguns no volverían a ser humillados por ningún enemigo, se había entrenado en cuerpo y alma para ver cumplida esa promesa y aun así parecía insuficiente. ¡¿Qué es lo que el destino quería de él?! Su vida ha estado llena de agonías, fracasos e infortunio desde que tiene memoria, siendo su título de Dragón Marino lo único por lo que podía sentirse orgulloso y agradecido con las Moiras. ¡¿Planeaban arrebatarle eso también?! ¡Jamás!
La intensidad de sus emociones logró que su corazón recobrara un fuerte palpitar, convencido de poder demostrar que los santos y Atena no eran los únicos capaces de lograr milagros. La Atlántida había cambiado, tanto que hasta el dios del mar vertió voluntariamente su sangre sobre el ropaje sagrado de sus súbditos y eso significó más para él que cualquier otra cosa en el mundo.
Enoc frunció el ceño cuando notó que Atlas de Aries le devolvió una rápida mirada, una que podía interpretarse de reproche, quizá hasta de lástima, pero por un instante vio en esa faz el rostro del Emperador para recordarle una cosa—: Confianza absoluta — había dicho el dios en aquel momento que les otorgo su bendición—. Desde este día se convertirán en mis armas más poderosas.
El marine shogun cerró las manos sobre el suelo, sujetando varios pedazos de su armadura rota con tanta fuerza que ciertos fragmentos se le encajaron en las palmas.
— Y no le fallaremos —el guerrero musitó, sintiéndose dueño de un nuevo poder—. ¿No es así? ¿Sorrento? ¿Caribdis? ¿Nihil?

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Atlas de Aries había logrado sobrellevar la batalla contra los tres enviados de Apolo, mas los ángeles comenzaron a superarlo. Cuando los tentáculos de agua de Castalia le sujetaron las piernas, Admeto logró propinarle un poderoso golpe en el abdomen mientras Arctos lo secundó con un puñetazo en la cabeza que lo lanzó hacia la explanada interior del palacio.
Aturdido por el impacto, Atlas se movió lentamente en el suelo sólo hasta que percibió el poder abrasador de Arctos quien le apuntó con la mano.
A diferencia del marine shogun de Hipocampo, Aries logró ver el descomunal rayo cósmico que nació del dedo índice de su enemigo, por lo que respondió con un estallido de cosmos para repelerlo. Durante el duelo de energías, Admeto apareció por su flanco izquierdo y lo atacó con el paso de su carruaje ardiente. Atlas buscó desesperadamente esquivar ambos ataques, mas cuando sus piernas y torso se congelaron por obra de Castalia le fue imposible.
La explosión cósmica sirvió a los ángeles para reagruparse, mirando con expectación la humareda desatada. Castalia era la única que parecía convencida de haber ganado, por lo que cuando vislumbraron al santo de Aries entre el humo, Admeto fue el que sonrió.
Me preguntaba cuándo es que ibas a comenzar a pelear en serio —dijo con un aire arrogante.
Atlas de Aries permaneció con los brazos extendidos tras haber bloqueado los ataques anteriores con las palmas de las manos. El brazal de su brazo izquierdo desapareció por completo mientras la piel de su mano quedó completamente quemada, siendo su brazo derecho lo que asombró a Castalia, pues el muñón ahora estaba unido un brazo dorado que se movía con gran naturalidad.
¿Por qué te contienes, Atlas de Aries? ¿Acaso nos subestimas? —cuestionó Admeto con curiosidad.
Atlas escupió un poco de sangre acumulada en sus encías antes de responder.— No seré yo quien os destruya, ese no es mi deber.
¿Qué dices? —preguntó Castalia.
Como os dije antes, confiaré el resto a los guerreros de la Atlántida —dijo, anticipando el despertar de un poderoso cosmos.

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Cuando Céfiro precipitó su brazo contra el cuello de Enoc, éste interpuso el antebrazo para frenar la ejecución. El ángel abrió enormemente los ojos, teniendo que retroceder cuando el cosmos creciente de Dragón Marino lo empujó con fiereza.
Desde el aire, Céfiro observó que el cuerpo de su adversario se encontraba revestido por una brillante energía, la cual curó sus heridas recientes y se solidificó para brindarle una nueva armadura en cuanto el marine shogun dio un paso firme.
La scale de Enoc había vuelto a vivir, luciendo más ostentosa que antes, sus tonos dorados cambiaron a una brillante gama de colores azules, nuevos relieves marinos sobre cada placa, las hombreras se engrandecieron mientras que de su espalda crecieron dos enormes alas de dragón metálicas.

Alertados por tal despertar, el resto de los ángeles se elevaron para ver al renovado marine shogun.
¡Inaudito! —dijo Admeto, asombrado del cosmos que ahora el guerrero Enoc poseía—. ¿Acaso él…? ¡No! ¡Poseidón no se atrevería! —miró hacia Atlas, quien no tenía que usar sus ojos para ver lo que pasaba en sus dominios.
— No somos nadie para cuestionar las decisiones de los dioses —respondió el santo, dejando la lucha en manos de los auténticos defensores de Poseidón.

Admeto estaba por espetar contra Atlas cuando un golpe lo lanzó lejos en el cielo. Castalia y Arctos miraron a Enoc levitando justo donde instantes antes estaba su compañero.
¡Qué velocidad! —alcanzó a pensar Castalia antes de que el marine shogun se arrojara en persecución de Admeto—. ¡Vamos! — le pidió a Arctos, dispuestos a ir detrás de Enoc, mas cuando un violento huracán les impidió el pase y el sonido de una flauta paralizó sus sentidos, entendieron que ellos tendrían que lidiar con otras dificultades.

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En el momento en que el cosmos de Enoc dio un paso más allá de lo humano, Sorrento, Caribdis y Nihil abrieron los ojos al escuchar la orden de su comandante. Animados por el ardiente cosmos de Enoc, cada uno logró reponerse lo suficiente para atender el llamado, aquel que les exigía no rendirse y seguirlo en la nueva vereda que el Emperador Poseidón había abierto para ellos.
Nihil de Lymnades  obedeció al instante, con una facilidad que haría que cualquiera se preguntara si él habría podido despertar ese poder primero que nadie, mas por respeto y consideración hacia su superior es que aguardó hasta el momento propicio.
Sorrento de Siren se alzó, decidido a jamás quedarse atrás de ninguno de sus compañeros, después de todo él era el más veterano de la élite y el amigo más allegado al dios del mar… No iba a defraudarlo otra vez.
Caribdis de Scylla deseó imitar al resto de los marines shoguns, mas su cuerpo permaneció como el de una muñeca rota e inservible tras haber perdido toda energía, pero aún podía sentir que la proposición del santo de Aries estaba allí, como una mano que esperaba paciente a ser aceptada, siendo así que tomó una decisión. No importaba que la consideraran una traidora al final, con tal de defender el reino de Poseidón afrontaría cualquier consecuencia futura. El vínculo con el Patriarca Atlas le permitió moverse nuevamente y dar ese gran paso al lado de sus hermanos de batalla.

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El ángel Céfiro fue testigo del renacimiento de Dragón Marino, y aunque intentó ir detrás de él una voz lo detuvo. Al principio creyó que lo había imaginado, pero la insistencia lo obligó a girar hacia el suelo, donde vio a un hermoso hombre llamándolo.
Céfiro, aquí— le dijo aquel joven risueño de piel blanca, ojos avellana y largo cabello oscuro que vestía como en la antigüedad: una corta túnica roja y calzado de correas negras.
El ángel pestañeó incrédulo, sabiendo que era imposible que ese hombre estuviera justamente allí, sin embargo, su raciocinio no fue suficiente para evitar  ser atrapado por la nostalgia del pasado y el inmenso amor que sentía hacia él, Jacinto*, el origen de su condena.
Hechizado por el precioso joven, el ángel descendió despacio a su encuentro, dudando, desconfiando, pero mientras más observaba y se aproximaba al joven, más se convencía de que era él… Para cuando sus pies tocaron tierra, su corazón latía con emoción al reencontrarse con su antiguo amor. En verdad era él, su presencia, su voz, incluso su aroma eran los mismos que recordaba.
Fue claro por la expresión de su ceño que Céfiro intentó hablar, pero el sólido cubre bocas en su quijada impedía cualquier sonido. El ángel palpó la máscara metálica con desesperación, tratando de quitársela, tenía tanto que decir que sus expresiones serían insuficientes.
En un intento por tranquilizarlo, Jacinto le tocó la mejilla. Céfiro se paralizó al ser capaz de sentir ese tacto, miró a Jacinto a los ojos y se sobrecogió de alegría, pues por unos instantes volvió a sentirse en ese páramo silvestre donde pasaron extraordinarios momentos.
Está bien, sé por lo que has pasado —murmuró Jacinto con amabilidad, acariciando la frente del ángel—. Sé que te arrepientes y créeme, no te guardo ningún resentimiento. Pero me apena ser la causa de tu sufrimiento —confesó con agobio.
Céfiro le sujetó el brazo, olvidándose de que tal movimiento podría destrozar a cualquiera, mas la extremidad de Jacinto estaba intacta, pudo tocarlo sin que su ser se volviera viento cortante. Cautivado por tal milagro, Céfiro se perdió en la profundidad de los brillantes ojos de Jacinto.
Ya has sufrido demasiado, lamento que Apolo no lo vea así… pero estoy aquí para ayudarte. —Jacinto le sujetó el rostro como si fuera a besarlo de un momento a otro.
Céfiro lo miró con desconcierto, pero aun así permaneció a su lado, completamente a su merced.
Haré una oración por ti —murmuró el apuesto joven—: Por el nexo de la antigua hermandad entre la muerte y el sueño, ábranse Puertas del sueño negro.
Céfiro sintió que algo se manifestó a su espalda. Para cuando miró por encima del hombro vio un enorme portal, cuya abertura comenzó a absorber aire, polvo y escombros de la cercanía.
¡Una trampa! —pensó tardíamente al ser liberado del conjuro que nubló por completo su entendimiento.
Para cuando volvió la vista hacia al frente, era el marine shogun de Lymnades quien estaba allí de pie, luciendo una renovada scale azul adornada por un par de alas esqueléticas de metal. Céfiro intentó moverse, pero su cuerpo había quedado totalmente inmóvil por el cosmos de Nihil.
— No mentí cuando dije que iba a ayudarte —dijo el estoico marine shogun al ponerle una mano en el pecho —. Si un dios te condenó a una existencia tan miserable, quizá otro pueda liberarte. Descansa en paz, Céfiro.
Nihil empujó al ángel sin decir nada más. Céfiro fue absorbido por las Puertas del sueño negro que conducían directamente al reino de la muerte, allí las fuerzas del más allá se encargarían de asignarle un justo lugar en el otro mundo.

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Castalia encaró a la marine shogun de Scylla cuando ésta le dijo—: Tú mataste a Behula —con un semblante carente de emoción.
Embellecida por la sublime scale azul que ahora la cubría, la guerrera de cabello rosado permanecía en el aire junto a la que había escogido como rival. Las alas de murciélago de su espalda se engrandecieron y se volvieron más flexibles a los movimientos de su portadora.
¿”Behula”? ¿Ese era el nombre de esa patética mujer? —el ángel cuestionó, sin verse intimidada al estar frente a la usuaria de una god cloth.
— Mataste a mi amiga —Caribdis volvió a insistir, sin demostrar odio, enojo o tristeza en su faz.
Castalia rió. — No te preocupes, ¡me encargaré de que te reúnas con ella pronto!
Los tentáculos de agua arremetieron contra Caribdis de Scylla, mas ésta sólo movió los brazos para liberar a la tormentosa águila, que remolineó el aire convirtiendo toda el agua en inofensiva llovizna.
Castalia cruzó los brazos sobre su rostro para resistir los residuos del viento huracanado.
— A mi hermana —prosiguió la marine shogun, tocándose el pecho—, y eso me oprime aquí… No entiendo por qué. Es incómodo, casi doloroso —intentó explicar—… Y cuando te miro la sensación sólo empeora. Quiero que desaparezca… Quiero que desaparezcas —enfatizó.
Antes de que Castalia pudiera mofarse, sintió un extraño ardor en el cuello que liberó una sensación tibia en su piel. De inmediato el ángel se atragantó, sujetándose el cuello y notando la sangre manchándole las manos.
— Dime, ¿crees que es lo que ella sintió cuando tú la ahogabas? —Scylla preguntó tras haber utilizado al murciélago para degollarla—. ¿Estás sufriendo igual que ella? No lo creo…
El viento con forma de un poderoso oso capturó a Castalia, oprimiendo su cuerpo como si deseara exprimir todo lo que había dentro de ella. Con los ojos desorbitados la guerrera intentó liberarse, pero en su atragantamiento y dolor todo se volvía oscuro. Entendió tarde que el poder de la marine shogun la había superado de manera abismal y que la muerte era su futuro inminente.
Las presión del viento cortante terminó por hacerla pedazos sanguinolentos que cayeron al suelo. Aun tras la despiadada escena, Caribdis continuó con una expresión imperturbable contemplando los restos de su oponente.
— … La incomodidad continúa —murmuró para sí, buscando el significado de los sentimientos que poco a poco querían aflorar en su ser—. ¿Por qué, si la destruí? No lo entiendo… Behula ya no está aquí para explicarme todo esto… ¿Por qué Behula, por qué tenías que morir? —cuestionó, callando al sentir algo corriendo por sus mejillas.
Limpió rápidamente su rostro, pensando que se trataría de sangre, pero no, sólo eran incoloras lágrimas que no dejaban de salir de sus ojos.

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Luciendo una renovada scale azul, Sorrento tomó como adversario al ángel de armadura negra. Con un nuevo par de alas adornando su espalda, el marine shogun parecía poder desplazarse con mayor rapidez.
El alto Arctos miró al flautista, quien se preocupó por plantarse como su rival. El marine shogun apareció tocando su melodía, una que comenzó a lastimarle los oídos y rápidamente se convirtió en una sensación dolorosa. Sorprendido de que la música lo afectara, el ángel lo atacó de inmediato, liberando el rayo mortal que acabó con Tyler de Hipocampo, mas Sorrento desapareció en el aire, eludiendo la técnica y volviéndose indetectable para quien sea.
Arctos se concentró en encontrarlo, mas de él sólo podía escuchar la sinfonía, la cual parecía venir de todas partes.
Cuando el dolor comenzó a ser insoportable se tapó los oídos, gritando mientras su cuerpo temblaba en agonía extrema, sólo hasta entonces escuchó la breve risa de Sorrento de Siren. — Descuida, la conclusión está próxima… serás el primero en escuchar el final de mi Dead End Climax (Clímax Mortal).
En el instante en que la tonada se volvió aguda e insufrible, una onda sonora de choque golpeó con brutalidad al ángel Arctos, arrastrándolo con una fuerza tremenda que rápidamente comenzó a despedazar su armadura y su cuerpo. Entre funestos alaridos y crujidos, Arctos terminó convertido en polvo.

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Admeto logró salir del estupor que le provocó recibir ese golpe que le fracturó el pómulo y la quijada. Sus sentidos se desubicaron unos instantes, pero pudo percibir un zumbido en el aire que le indicó que alguien se aproximaba. El ángel frenó de manera repentina, dejando que su cosmos liberara centenas de saetas de fuego contra aquello que lo perseguía. Las llamas se extinguían en cuanto tocaban la god cloth del imparable Enoc.
¡Esto es inaudito! —bramó Admeto una vez más con sangre en los labios—. ¡El señor Apolo tiene razón, este mundo debe ser destruido cuanto antes!
El ángel atacó con su puño, mas el marine shogun frenó el poderoso golpe interponiendo sólo su pie, transmitiendo un incómodo dejá vú al heraldo del Olimpo.
Sin sonreír o mostrar alguna satisfacción, Dragón Marino lanzó un golpe diagonal que impactó fieramente a Admeto, pulverizando el peto de su armadura. Un segundo golpe con el otro brazo deshizo el resto de la inmaculada gloria y le dislocó algunos huesos.
Aturdido y moribundo, el ángel estaba por desplomarse hacia el suelo cuando Enoc lo tomó del cuello con una brusquedad y saña capaces de quebrarlo en dos si lo deseara, mas sólo permaneció así, sujetándolo con una fuerza inclemente.
Atragantado y al borde de la asfixia, Admeto luchó por liberarse, pateando a su adversario con todas sus fuerzas, mas sus intentos resultaban insignificantes y lastimeros para el  guerrero de Poseidón.
¡E-esta es la prueba! —se esforzó por decir, adolorido por la temible presión en su garganta— ¡Poseidón finalmente ha enloquecido… y justo como Atena se atrevió… a tal infamia!
Dragon Marino sólo lo miró con frialdad.
Permitirles a ustedes tal bendición… Inconcebible ¡No son dignos!… Pero qué podía esperarse de un dios igual de indig…
Enoc le impidió terminar la frase, aplastando fuertemente el cuello, tanto que de los lagrimales del ángel comenzaron a salir gotas de sangre.
— Te atreves a hablar de los dioses con una familiaridad irritante… Pero comienzo a cuestionarme qué es lo que en verdad te mortifica más: el que un mortal pueda superar a un ángel del Olimpo… o que tu dios sea incapaz de compensar tu lealtad como a mí se me ha honrado.
Admeto hubiera replicado, mas las palabras no salían y la muerte estaba próxima.
— En un reino, lo común es que los súbditos den la vida por su señor… pero cuando un Rey decide sacrificar su sangre para el beneficio de su pueblo es algo que va más allá de lo ordinario, marca una diferencia —musitó Enoc al desdichado que bien podría ya no estar entendiendo nada—. La Tierra ha cambiado, por lo que tú y los tuyos deberán entender que al fin este mundo tiene al dios protector que merece.
Admeto murió, estrangulado por la firme mano de Enoc. Su cuerpo se deshizo en débiles estelas de luz que desaparecieron en el aire.

Para cuando Atlas de Aries abrió los ojos dentro de su palacio, se vio cara a cara con los cuatro marines shoguns que se reunieron delante de él.
No hubo necesidad de palabras cuando el santo asintió con la cabeza en un claro gesto de aprobación y respeto hacia los guerreros que han sido bendecidos por el Emperador Poseidón.
Pero la guerra aún no había terminado…


FIN DEL CAPÍTULO 62


* Hay varias versiones sobre el mito de Céfiro y Jacinto, pero para esta historia tomé aquella en la que Jacinto también era amado por el dios Apolo, así que por celos Céfiro fue el responsable de la muerte del joven. En su tristeza Apolo convirtió a Jacinto en la flor que lleva su mismo nombre, mientras que a Céfiro lo castigó convirtiéndolo en una entidad de viento, incapaz de volver a tocar y hablar con otros seres.

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